lunes, 16 de octubre de 2017

PATRONATO 0 BOCA 2: IMPUSO AUTORIDAD

La lesión de Gago es un sismo para la articulación de Boca: el 5 es el jugador que construye el inicio de la concatenación de pases, y para el equipo de Guillermo es el toque de distinción que significa la pausa para tanto vértigo. Nández es un gran jugador, pero es muy distinto a Gago: es agresivo, explosivo con la pelota, de mucho ida y vuelta y no tan cerebral como el ex Real Madrid. Boca puede seguir funcionando muy bien con el uruguayo, pero no seguir funcionando de la misma manera, por el simple hecho de que cuando se cambia una pieza y el sustituto es completamente diferente al fragmento original, toda la estructura se ve alterada. Ahora Boca tiene menos pausa y más detonación. Además, el puntero del campeonato llegaba a Paraná sin Cardona, otro que pone la pelota bajo de la suela y aporta claridad. Con Espinoza y Nández, el xeneize llegaba con la hipótesis de que tenía que ir al golpe por golpe, quebrar el partido a través de la velocidad siendo vertiginoso. 
 Sin quitarle los méritos que obtuvo para estar en primera división, hay que decir que Patronato es un equipo básico: es un conjunto de pierna fuerte en el medio, espeso de la mitad de cancha hacia atrás, que apuesta sus posibilidades a la segunda pelota y bochazos frontales hacia los delanteros. Para desarticular tal soporte, Boca necesitaba de la mente fría de un hombre como Gago, de alguien que no actúe impulsivamente sino coherentemente, que ambicione con destruir la disposición contraria gracias a la paciencia y no con el individualismo. Al escasear de determinados elementos, Boca extrañó a Gago y chocó constantemente frente a la procuración engallada de los propios ideales. 
 Muchas veces el equipo quedó largo ante una mala decisión: había demasiados hombres enfocados en recibir a la carrera, a tal punto que cuando se perdía la pelota quedaba un vacío a sus espaldas, y Patronato por momentos tuvo camino por recorrer para ejecutar un contragolpe. La poca eficacia y determinación de los paranaenses, sumado a los buenos reflejos de Rossi ante un potente remate de media distancia le dan una explicación al cero en el arco visitante. 
 Pero si la ecuación no podía despejarse mediante el esparcimiento de ideas superiores en lo técnico e intelectual del elenco boquense, la vía para el escape hacia la victoria debía manifestarse mediante lo colérico y temperamental: era menester encontrar el oasis del eufemismo colectivo en donde el más poderoso imparta su jefatura ante el más débil conciliando sus fuerzas más espirituales que técnicas. Allí apareció Pavón, corriendo como si el Río Paraná se desbordara y esté a punto de tragarlo, y definiendo en el suelo como si no hubiera un mañana, dejando todo el cuerpo sumido a la eventualidad. Aunque sería injusto diluir todo el gol a la voluntad del cordobés, ya que la cuota de fútbol finalmente apareció de la mano del que más sabe: ese es Benedetto, que juega de nueve pero también de enganche, porque cuando se tira atrás tiene la figura de Pavón en la cabeza, y así como había hecho frente a Chacarita hace una semana, le volvió a poner un pase de forma magnífica, esta vez bombeado, para resquebrajar una defensa que no puede anticipar el movimiento y no quedar expuesta. 
 Boca lleva ganados todos los partidos de la Superliga porque es una fórmula colectiva en donde coexisten diversas sociedades: la de Benedetto y Pavón es una de ellas; y también puede mencionarse la de Pavón y Fabra (cuando el ex Talleres se tira a la izquierda, siempre sabe que el colombiano va a pasarle como una locomotora). La baja de Gago no es la caída de un soldado sino la de un general, pero mientras se tengan en pie otros escuadrones, el ejército podrá seguir marchando. 

miércoles, 11 de octubre de 2017

LA CASA ESTA EN ORDEN

 A lo largo de las eliminatorias, Argentina experimentó distintas metamorfosis, que abarcaron protagonistas, estilos, esquemas, golpes duros en lo deportivo; pero siempre hubo un factor en común: Messi fue la mecha que en momentos de plena oscuridad, siempre estuvo prendida, y el que debía iluminarnos el camino para no volver a tropezar. Messi siempre estuvo en un nivel interestelar, pero la diferencia estuvo en que esta vez los compañeros supieron escoltarlo en la misma sintonía. La final de la última Copa América con la imagen de Lionel encarando solo frente a cuatro chilenos; las únicas aproximaciones argentinas en el 0-0 con Uruguay a través de pases de Messi, que se repitieron con más claridad frente a Perú, donde faltó eficacia. El 10 del Barcelona estuvo a la altura en todo momento: sufrimos lo que sufrimos porque no estuvieron a la altura los demás, es decir, los compañeros (Di María terminando mal las jugadas, por ejemplo), el equipo en general (lo dijo muy bien Menotti: en Argentina no había sociedades. Solo basta tomar cinco minutos del Barcelona y de la selección para darse cuenta la diferencia a la hora de elaborar una jugada, donde en Argentina faltan jugadores que piquen al vacío, que se desmarquen para recibir, volantes que dejen la zona de confort para hacer a la agresividad del conjunto), y hasta de cada uno de los argentinos, que no supieron valorarlo. 
 La improvisación genera esto: una oportunidad para salir ganando o fracasar en el intento. Improvisar implica seguridad en uno mismo para tomar la decisión, pero no deja de ser inseguro en el plano genérico. La inseguridad implica muchas veces sufrir. Cuando Sampaoli tomó las riendas del equipo, trajo consigo una idea que implementó en Chile con mucho tiempo de trabajo: nosotros no podíamos pretender alcanzarla en tan poco tiempo. El DT se la jugó con nombres nuevos: Acuña, Acosta, Rigoni, Icardi, Benedetto, Gómez, Salvio, Fazio, Paredes; con el objetivo de encontrar una respuesta y pensar a futuro en nuevas alternativas. Además de adaptarse a una selección sin pasar por el proceso correspondiente, jugadores como el goleador de Boca debieron cargar con el peso de un posible sexto puesto que los deje afuera del Mundial y los marque negativamente de por vida. Debieron cargar con la responsabilidad y también con una adaptación instantánea. Pero imaginemos toda la carga que debía estar soportando Messi, que es el mayor responsable, el que tiene la lupa encima, el que conduce al resto, el que se espera que nos salve de la catástrofe. 
 Ante Ecuador, por fin tuvimos el desahogo final: no es que Messi haya cambiado, porque siempre fue igual de extraordinario, sino que cambiaron las piezas que son esenciales para que la figura pueda lucirse: con dos carrileros natos y laterales para tener opciones por afuera y también equilibrio, salida muy clara a través de Biglia, sorpresa por parte de Pérez (lo que le faltaba a Banega: no tanta distribución y más compromiso ofensivo para que la posesión no sea tan predecible), y una referencia de área como Benedetto que también es socio de todo el equipo. Parando la pelota, pensando con tranquilidad (Di María es el mejor ejemplo, y el primer gol lo demuestra), tratando de generar superioridad numérica con triángulos en donde alguien pueda romper líneas y no chocar contra una muralla de hombres como ante Perú. Defenderse con la pelota no es tenerla pasivamente, es hacerla rodar para que no te ataquen a causa de que tu equipo es el dominador del encuentro: Ecuador hizo pesar la localía y su abundancia de oxígeno a través de individualidades que crearon sofocos muy de vez en cuando, pero Argentina supo sacarlo adelante no con el físico, sino con la mente: eso quiere decir, estando fuerte de la cabeza, incluso perdiendo a los 40 segundos por una distracción, se puede ganar jugando bien en la altura. No hace falta correr más que el rival para ganar: de hecho los ecuatorianos corrieron más, porque Argentina lo hizo correr detrás de la pelota, y en hombres como Mercado y Otamendi tuvo solvencia para ganar en el mano a mano con una seguridad de caudillo. Eso también es clave: para tener la pelota hay que saber recuperarla. Y mientras la casa esté en orden, Messi va a estar en su fase top. No es que a veces esté apagado, es que el fútbol es un deporte colectivo, y la plataforma grupal hace a las distintas operaciones individuales. Y cuando falta suerte como ante Perú, si se hacen las cosas bien la buena suerte termina siendo una costumbre. 
 Ahora que el objetivo está cumplido, es momento de sentarse a pensar en serio: Sampaoli debe decidir qué hombres son los más indicados, y seguir plasmando su identidad, donde deberá elegir cómo hacerlo. Ante Ecuador, fue con dos carrileros, un punta y un mediapunta con las libertades que se merece un crack. Estará en el DT si fue un esquema apto para jugar en todas las canchas o más para la altura. Lo cierto es que Sampaoli se la jugó y salió triunfando porque consiguió lo que no parece ser fácil para todos los técnicos argentinos: que Messi esté cómodo, y eso no significa hacerlo jugar con el club de amigos.