Para River eran 90 minutos de disfrute, de tratar de conservar la ventaja y ampliarla, de sentir la energía por las venas y estar ante la posibilidad de ganarle una vez más a Boca y avanzar a otra final continental. Para Boca eran 90 minutos de sufrimiento, de "matar o morir", de no poder equivocarse luego de haber fallado en la ida. Esos 15 minutos en los que se demoró el partido fueron 15 horas interminables para los futbolistas de Alfaro, que debieron sentir la desesperación de querer comenzar a gastar su impotencia y hambre de gloria y no poder hacerlo pronto por un imprevisto. Es menester aclarar que, luego de todos los acontecimientos sucedidos en el último tiempo, como el gas pimienta y la grave apedreada contra el micro de Boca, lo mínimo que podía esperarse de este partido para dar muestras de madurez al mundo era comenzar el partido en hora y sin inconvenientes. No se pudo.
Si el hincha de Boca, germinando un estado racional, hubiera sabido de antemano que su equipo quedaría eliminado nuevamente ante el rival de toda la vida, lo mínimo que hubiese deseado es ver a su equipo caer dignamente. Y hay que remarcar que así como esos minutos en los que el partido se demoraba eran eternos para Boca, los últimos minutos del partido fueron eternos para River. No puede cuestionarse el empuje e ímpetu del xeneize para jugar con voluntad, aunque estratégicamente siga sin superar a River. Gallardo superó a Boca una vez más, pero esta vez le tocó sufrir. Muchos pensarán que no hay derrota digna, pero sí la hubo, y eso es un mérito de Alfaro, que tiene un extraordinario porcentaje de efectividad y no merece irse como un técnico más que también le tocó quedar afuera contra el River de Gallardo.
Era un desafío para Boca y para su entrenador porque la presión por las últimas derrotas superclásicas y la necesidad de volver a conquistar la Libertadores eran enormes, y se debía afrontarlo en una situación totalmente adversa y cuyas condiciones pueden ser uno de los mayores defectos de este ciclo: hasta ahora Boca siempre se había sentido cómodo armando equipos de atrás hacia delante: pensando primero en Andrada, golpear primero y conservar el resultado habían sido armas letales que le dieron grandes resultados a Alfaro. El problema estaba en cómo iba a afrontar el partido sabiendo que se debía cambiar el libreto, pensando en el arco de enfrente y no en el propio. Contra Racing hace pocos días y ante River en la semifinal de ida Boca tuvo muchas dificultades para igualar un marcador que lo tuvo en desventaja desde el primer tiempo, sin ideas para desnivelar en lo ofensivo. Cuando Alfaro debe abandonar su zona de confort para transformar a su equipo en una máquina arrolladora no encuentra la manera de dar vuelta los resultados. Contra River el principal error fue que además de perder, no pudo evitar perder por más de un gol.
Con un abismo por delante (dos goles como mínimo para forzar los penales para un equipo que no suele jugar con la necesidad de salir a arrasar desde el primer minuto), Boca arriesgó jugando mano a mano en el fondo, con Lopez e Izquierdoz jugando cara a cara con Suarez y Borre, sin margen para el error. Almendra reemplazó bien a Capaldo, estando activo en la recuperación pero no en la elaboración fina que se requería, mientras que Salvio, Tevez, Mac Allister y Abila debían lastimar con precisión, porque el hecho de no ser precisos podía significar una situación de gol para River que atacaba discretamente pero con mucho campo por delante. De La Cruz fue un excelente lector para dicha funcionalidad: tirado a la izquierda, una gambeta contra un Buffarini o Salvio que muchas veces volvían sin aire desactivaba la oposición y le daba vía libre para poder hacer desastres si concatenaba una jugada con otros compañeros.
Boca debía realizar una tarea perfecta marcando en ataque para que ante cada pérdida no sea medio-gol de su rival, y aprovechar cada espacio que pudiese explotar Salvio por la derecha o Mac Allister por el centro para convertir por lo menos un gol antes de que el tiempo pase, porque mientras River ganaba oxígeno ante cada segundo, el de Boca se perdía como un globo que se va desinflando.
El conjunto local no supo hacer ese partido perfecto que necesitaba: atacó con ímpetu pero con poco fútbol, sin aprovechar el pie de sus futbolistas cuando una sociedad entre Almendra, Salvio, Tevez y Mac Allister podría haberle generado problemas a River. Salvio tiene una calidad para acomodar la pelota y ganar segundos de ventaja (lo que posiblemente haya aprendido en Europa) que Boca pudo haber explotado si tenía un poco más de paciencia y sapiencia para aprovechar la inteligencia de Tevez, que hoy está más para ayudar en la elaboración que para terminar las jugadas.
Cuando River tuvo más aire se notó la diferencia futbolística a la hora de manejar la pelota: buscó triangular; encontró pases entre líneas; utilizó bien a los laterales; trató de generar superioridad numérica en cierta zonas del campo, pero cuando Boca volvió a reaccionar lo arrinconó con la presión y las ganas.
El ingreso de Zárate y Hurtado le dieron al xeneize pegada y gol, pero no los dos goles que necesitaba. Y muchas veces, para encontrar los goles, se necesita aprovechar y administrar bien el tiempo: a Boca le convenía que no salga la pelota, que esté siempre dentro y en su posesión para no dilapidar segundos, y que si había un tiro libre sea a su favor. Pero se cometieron faltas en ataque que no fueron más que una torpeza a favor del equipo visitante.
River clasificó merecidamente, jugando mejor los 180 minutos, juega con mentalidad ganadora estos partidos, le siente el gusto a los superclásicos, pero la pasó mal sobre el final, se desahogó sabiendo que pudo haber ido a penales, y que con menos fútbol pero con voluntad, el rival lo comprometió. Para Boca es otra pena. Para River otra alegría. Pero para Boca debe ser un orgullo, y saber que puede revertir esta senda de derrotas coperas si en breve se vuelven a enfrentar.
jueves, 24 de octubre de 2019
miércoles, 2 de octubre de 2019
RIVER 2 BOCA 0: UN DESNIVEL FUTBOLISTICO QUE HACE REPETIR LA HISTORIA
Cuando la FIFA decidió implementar el uso del VAR, el objetivo era ayudar al árbitro a impartir justicia por medio de la tecnología. Pero como toda medida o decisión, tiene su efecto colateral: nadie pensó que podrían ocurrir circunstancias en las que los hinchas se empachen con un grito de gol para después ver que la acción quedaba invalidada, o que en el partido que más pasiones despierta en el mundo, como es el superclásico del fútbol argentino, en un partido de semifinal de Libertadores Boca pase de estar cerca de convertir un gol a que le sancionen un penal en contra en una jugada en el área que solo los múltiples ojos del VAR en su cabina podrían haber visto. Y de forma fiel a la naturaleza conspirativa del ser humano, no hay forma de que propios y extraños nieguen el hecho de que se sospeche que River sea un equipo que manosea el destino del fútbol sudamericano por medio de esa pantalla que cuando es revisada por el árbitro en medio de los encuentros, los de Gallardo siempre terminan resultando beneficiados.
Más allá del azar que muchas veces juega para destinos caprichosos, la forma de impulsar al azar para que esté de un lado u otro es mediante el artificio del propio destino. En el primer cruce copero de la era Gallardo, en un torneo menor como la Copa Sudamericana y donde el VAR todavía era un embrión en proceso de creación, Boca tuvo su penal al comenzar el encuentro, y esa ejecución malograda por Gigliotti sería solo el comienzo de una cadena de derrotas que agigantarían cada vez más la figura de Gallardo. Esta vez fue con protagonismo del VAR, pero otra diferencia fundamental es que el penal fue para River y Borré no falló, mientras que el que sí lo hizo fue Emanuel Mas, sin medir que hoy las jugadas en el área se miran con 100 ojos bajo la lupa y que cualquier error puede ser un regalo con moño para el rival, regalos que a esta altura Boca ya no puede concederle más a su rival de toda la vida. Pensar que ese penal que abriría la cuenta a favor de River de forma temprana es producto de una mano negra que ensucia el destino de Boca sería un reduccionismo y negar que, efectivamente, Boca no logra estar a la altura de River para que el azar juegue alguna vez a su favor.
Alfaro planteó un partido similar al que había terminado en un 0-0 hace 30 días (con la diferencia de que jugaron Mas, Reynoso y Abila por Fabra, De Rossi y Hurtado): un equipo con el sello de Alfaro, dedicado a molestar al rival y con la misma fórmula que le permitió a Boca ganarle a San Lorenzo hace una semana y ser el equipo argentino que menos goles recibió en el semestre.
A través de la fórmula Alfaro Boca intentó neutralizar la circulación de River con Reynoso y Soldano bloqueando las subidas de Montiel y Casco; armar un triángulo entre Marcone, Capaldo y Mac Allister para achicar espacios evitando que jugadores tan dinámicos como Palacios, Fernández y De La Cruz pudiesen penetrar el área; y con Abila en solitario, la idea fue que el delantero sea una isla que en algún momento abra sus puertos para que haya barcos que puedan desembarcar: eso sucedió cuando River se equivocó en una zona sensible del campo y tuvo desajustes en el fondo (acontecimiento que, cuando se toman los riesgos de jugar adelantado y mano a mano, pueden ocurrir), que pudieron poner a Boca en ventaja si Capaldo acertaba al arco en su mano a mano con Armani, una acción que refleja porqué Boca es artífice de su propio destino.
Con un entrenador experimentado como Alfaro y con un equipo que no tiró por la borda la estrategia ante el 0-1 temprano, se esperaba que Boca persistiera con su planteamiento ordenado y esperando a River en bloque, pero ocurrió todo lo contrario: con el paso del tiempo River empezó a ganar los duelos individuales, y en lo colectivo terminó siendo un vendaval que se llevó puestos todos los ladrillos que se empilaron delante de Andrada: Boca se cansó de ser disciplinado y se vino abajo. De La Cruz se empezó a mover con libertad, Fernández encontró pases entre líneas, Casco y Montiel ya tenían vía libre para desbordar y Suarez y Borré comenzaron a recibir cada vez más la pelota en el área o cerca de ella. Los hilos de la telaraña que Boca había tejido con tanta paciencia se habían cortado.
Hace un mes en el mismo estadio, Boca no fue capaz de generar peligro pero sí de garantizar el arco en cero. Esta vez, en el mejor momento de River los jugadores de Boca no funcionaron ni siquiera para eso: a la sumatoria de que Reynoso no estaba preciso para descargar rápido, Soldano nunca fue del todo apto para el puesto y Mac Allister no podía conectar con Abila, siendo imposible llegar al área contraria, dentro de la propia Boca tampoco hizo las cosas bien: le hicieron un gol muy parecido a los de Pratto y Quintero en Madrid: Boca no fue capaz de evitar que los rivales triangulen y terminen encontrando un jugador solo que perforara el vacío en el corazón de la defensa xeneize.
Con los cambios Alfaro no hizo más que traicionarse a sí mismo e implantar aún más confusión, mientras las fragilidades defensivas seguían al desnudo: la buena noticia para Boca es que el partido terminó 2 a 0 y no se volvió con una goleada que tal vez en tres semanas lo hubiese llevado a la Bombonera con el único objetivo de despedirse de su gente en el torneo continental.
Dos goles de diferencia no es un resultado holgado (así quedó demostrado en las últimas semifinales de Champions), pero sí puede serlo si Boca no aprovecha las oportunidades que tiene y empiece a superar a River en lo colectivo: una jugada mágica y aislada que le de a Boca la victoria solo sería posible con Riquelme en cancha, con jugadores que no son superiores a los de River Alfaro tiene que pensar como poder bloquearle el circuito de juego los 90 minutos sin quedar lejos de Armani, ya que en el partido de vuelta va a ser más importante pensar en el arco de enfrente que en el de Andrada. Tal vez colocar a Soldano en su posición para que Abila no esté tan solo y utilizar a Salvio y a Villa por las bandas pueda proporcionarle al mediocampo de Boca un equilibrio para atacar sin dejar de descuidar la marca. Pero mientras River cuente con Enzo Pérez y Boca no pueda tener en Marcone un volante central que le dé la pelota a sus compañeros, las avenidas hacia el arco rival ya están cortadas antes de salir a la calle.
Por el momento Boca no sigue perdiendo con River por el VAR ni porque Borré y De La Cruz son expertos en la simulación, sino porque sigue sin estar a la altura de jugar al fútbol mejor que su rival, que a partir de estas actuaciones sigue creciendo y Boca retrocede en la paternidad.
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