Los resultados de las PASO fueron arrasadores para el gobierno y muy felices para el kirchnerismo, que ya acariciaba la vuelta al poder. De haberse repetido esos resultados, el congreso hubiese vuelto a ser la "escribanía" de Cristina en sus años de poder. Mucha gente, movilizada por un video de Brandoni apoyando al presidente Macri marchó del obelisco a la Casa Rosada, y varias semanas después hubo una concentración sorprendente en el obelisco el fin de semana anterior a las elecciones, es decir, millones de personas que después representaron a un 40% del electorado se movilizaron en favor de un modelo distinto al del kirchnerismo.
Estas elecciones quedarán en la historia, guste o no, como el año en que millones de personas se manifestaron de forma masiva y pacífica, sin clientelismo político, como movimiento diferente al peronismo, la fuerza predominante en la Argentina desde 1945.
Más allá de que la fuerza política ganadora manifieste sus deseos de cerrar la grieta, esta está lejos de terminarse: Macri generó un movimiento político que produjo un "nosotros" (la libertad, principios democráticos, condenar la corrupción, la auto-convocatoria sin barras bravas o agrupaciones como La Cámpora) que se diferencia de un "ellos" (la lealtad a un difunto líder fascista como Perón, el endiosamiento de Cristina Fernández, la destrucción de espacios públicos y la violencia en marchas donde muchos ni saben porqué concurren o cuyo motivo es ficticio, como el falso asesinato de Santiago Maldonado). Esta elección significó el día en el que todo el peronismo tuvo que unirse para ganarle a un empresario que dio sus primeros pasos en la política en el 2003 cuando perdió las elecciones para ser el jefe de gobierno de la Ciudad. Cristina, Massa y Alberto Fernández debieron aliarse y, aún así, el parlamento argentino tendrá un equilibrio de fuerzas que lo coloca a Macri como un líder de la oposición. El movimiento de masas más atrayente de la historia argentina encontró su antítesis que va a enfrentarlo de igual a igual en cada elección, y que obligó a que se unan los que se criticaron de la peor manera.
El kirchnerismo hizo lo que fue costumbre en todos los populismos de la región (Evo Morales en Bolivia, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador), es decir, transformar el régimen en una democracia delegativa con poco respeto a los derechos civiles (persecuciones a periodistas) y a la división de poderes (en la era kirchnerista se introdujo gente de Justicia Legítima en el poder judicial para cooptar a dicho poder) y solventarse en un gasto público maníaco a través de emisión monetaria sin respaldo para financiar aparatos propagandísticos y culturales (como fue Fútbol Para Todos) que adoctrinen a las masas al buen estilo de Hitler, Mussolini y Perón, mientras muchos seguidores que clamaban por sus ídolos políticos disfrutaban el fútbol pero sufrían el hambre. Pero muchos tuvieron memoria y no se olvidaron.
El camuflaje del descalabro económico kirchnerista fue un dólar barato para turistas, tarifas subsidiadas que generaron una crisis energética y un cepo cambiario que evitaba la demanda de dólares ante la creciente inflación. Macri se comprometió a sanear el rojo fiscal con un ajuste que fue brutal para la actividad económica (el ajuste puede ser antipopular, pero todos los países que salieron de una crisis debieron hacerlo para estabilizar la economía) y así como Cristina empañó su falta de rumbo económico con un cepo (medida que Macri debió tomar para evitar una nueva devaluación feroz), Macri lo hizo a través de tasas de interés exorbitantes que generaron un déficit cuasi-fiscal y bajaron rotundamente el nivel de inversión. Para aquel que solo piensa en su bolsillo y vota según su poder adquisitivo el kirchnerismo sumó a muchos desencantados con Macri a sus masas peronistas inamovibles. Pero hubo un 40% que pensaron en mucho más que la economía, y ese será el gran freno que se le pondrá a esta nueva era kirchnerista.
El gran desafío de Alberto Fernández será recuperar el valor de la moneda, aquello que no se pudo lograr desde la vuelta de la democracia y que no será una tarea de resolución en apenas un mandato de cuatro años, pero para ello deberá hacer que las inversiones en el país vuelvan a ser factibles, reactivar las pequeñas y medianas empresas para recuperar el nivel potencial de empleo.
En la Argentina es necesario que aparezca un candidato que no tiene nada que ver con la política como Espert para que se sepa que los costos laborales en el país fomentan el empleo informal y el desempleo; que es urgente una democratización de los sindicatos y quitarles el manejo de las obras sociales; que es necesaria una reforma impositiva donde se bajen impuestos como el IVA y donde la exigencia impositiva no le haga difícil el camino a un emprendedor que quiere comenzar un negocio. Alberto Fernández deberá dejar de lado el libreto peronista y evitar medidas populistas que aumenten el gasto público para continuar el esfuerzo fiscal que emprendió Macri para pagarle al FMI y conseguir una macroeconomía estable.
Aquel 40% que sin dejar de estar disgustados con la crisis económica, entendieron que el kirchnerismo se caracteriza por medidas anti-mercado que dada la delicada situación económica, de repetirse pueden llevar a una profundización de las variables negativas. Las prepotentes estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas; la negativa de pagarles a los holdouts; las amenazas con una reforma agraria y no cumplir con el compromiso de la deuda; provocaron que el resultado de las PASO genere un alejamiento de los mercados. Un gobierno que no respeta la propiedad privada, que no tiene credibilidad en el mercado, que no quiere competir con el mundo sino que se encierra en países como Irán, Cuba y Venezuela está condenado al fracaso. ¿Alberto Fernández gobernará según sus principios o se someterá a la vicepresidente que lo eligió a él como presidente?
El peronismo vuelve al poder a través de una alianza que hasta hace muy poco tiempo parecía inimaginable. Por primera vez desde la existencia del peronismo, un presidente no peronista podrá terminar el mandato en tiempo y forma. Estas elecciones demuestran que a pesar de que la marcha peronista recite "combatiendo al capital", el capital fue el principal ganador, y dado el mundo en el que vivimos, el peronismo deberá "respetar el capitalismo" y tranquilizar a los mercados como hizo Pichetto si no quiere fracasar y comenzar a echarle la culpa a Macri de los males que podrían profundizarse.
Si la alianza se fractura en el camino y el mundo nos repudia por tener una vicepresidente con ocho procesamientos, el movimiento no peronista estará repudiándolo y pisándole los talones al peronismo en las próximas elecciones. Por eso la historia cambió para siempre. Ya ningún gobierno peronista podrá "ir por todo" y en el congreso los legisladores amarillos defenderán los intereses de ese 40% que quiere un país con gobiernos que se acuerden de los más humildes haciendo obras en sus barrios como en la Villa 31 y no dejando que se inunden como en La Matanza. La historia cambió para siempre y el "combate contra el capital" deberá defenderse por siempre en el ring contra el "combate contra el populismo", que también puede movilizarse de forma masiva y aunque termine perdiendo, hace transpirar litros de sudor a su vencedor. Esta vez, el que perdió la elección fue el gran ganador.
El último suspiro de Macri como presidente debe ser entregarle los atributos a Fernández el 10 de diciembre, aquello que Cristina se negó a hacer cuando le tocó dejar el poder. Demostrar que se puede gobernar respetando las instituciones. y que Macri y su electorado tienen valores muy diferentes.