Las palabras del presidente no pueden entenderse a través del enunciado sin penetrar en su enunciación: aquellos que analizan los discursos políticos nunca dejan de descifrar el mensaje implícito que lleva dentro todo enunciado, es decir, la enunciación, que canaliza a través del enunciado un mensaje que conecta a la lengua con el lenguaje, al idioma con la capacidad de expresar una idea comunicativa a través del mismo. En la jerga de los discursos políticos, la estrategia comunicativa suele apuntar a distintas voliciones: hablarle a los propios; persuadir a los indecisos; y confrontar con un "ellos".
Siendo el jefe de Estado, el Jefe Supremo de la Nación, como reza nuestra carta magna, la palabra de un presidente es el mensaje de la cúspide de la burocracia estatal hacia todos los argentinos, pero también es una expresión del lineamiento de la Argentina de cara al exterior: inversores que miran con atención el rumbo argentino, líderes de otras latitudes que observan el modelo de país que la Argentina impulsa.
La palabra del presidente Fernández se encuentra más devaluada que nuestra moneda: no solo por todas sus declaraciones anteriores al flamante pacto con Cristina Fernández de Kirchner, sino también por cómo se ha comportado desde su asunción como presidente: de ser un líder que viene a cerrar la grieta y unir a todos los argentinos, se ha transformado de forma inconcebible en el hijo pródigo de la vicepresidente, ensanchando aún más las divisiones en la sociedad. Confrontando al mérito, sus palabras castigan al último gobierno, pero el recorte "como nos han hecho creer en los últimos años" no puede entenderse sin referirse a todo aquel que cree en la meritocracia, es decir, en un sistema donde se premie el mérito. La enunciación de su discurso apunta contra el que cree en progresar mediante el ingenio; obtener mejores salarios gracias a la capacitación; poder comprarse un buen automóvil mediante el esfuerzo. Y el otro destinatario importante de su discurso es el público a convencer: hay un claro intento de persuadir, de marcar un "camino" que no es el de la meritocracia.
Ese "ellos" es la gran parte de la clase media que con sus impuestos sostienen al sector improductivo y mantenido por el Estado, donde muchos de esa clase media, que ha triunfado gracias a sus propios méritos, vive en la Capital Federal y no vota al peronismo: ¿Será por eso que desde el gobierno se confronta tanto contra el mérito y la opulencia porteña?
¿Qué pensarán sobre estas palabras todos los argentinos que piensan en abandonar el país, porque no avizoran un buen futuro?¿Qué estarán evaluando al escuchar que no se cree en el mérito, todas las empresas que podrían irse del país como muchas que ya lo hicieron?¿Si no se crece con el mérito, entonces cómo se crece? El titular del poder ejecutivo no contempla la gravedad de sus dichos, que expresan que, por ejemplo, las miles de pymes que debieron bajar las persianas a causa de la cuarentena (no por no haber hecho los méritos suficientes para lograr éxitos económicos, sino por la imposibilidad de trabajar, que es el medio para lograr el mérito) tomaron una mala decisión en apostar por el riesgo de un emprendimiento y dar trabajo, ya que pidiendo subsidios posiblemente les habría ido mucho mejor. ¿Qué le está diciendo el presidente a más de la mitad del país que vive del Estado? Si el gobierno no cree en el mérito, entonces no hay intenciones de reducir los planes de emergencia progresivamente, y que la gente pueda ganarse la vida por sus propios medios.
El mensaje no deja de ser destructivo y también auto-destructivo: si no se evoluciona gracias al mérito, entonces el presidente tampoco debió haber llegado a ocupar el máximo cargo que puede ocupar cualquier argentino de forma meritocrática. ¿Será por eso que tenemos diputados que aparecen besando senos en el medio de una cesión legislativa, promoviendo una clase política que se acomoda mediante redes clientelares sin fomentar que los más capacitados o comprometidos para la causa pública lleguen a ocupar escaños?
Las ideas del Papa Francisco y el Presidente no se contradicen con la idea de no respetar la propiedad privada y ocupar tierras que tienen propietarios que las han adquirido en buena ley: si las cosas no se consiguen con el mérito, entonces nada es de nadie, todo es de todos, porque nadie se merece lo que tiene. Las roturas de silobolsas, cuyo contenido es producto del trabajo, esfuerzo e inversión de propietarios que trabajan el campo y aportan las divisas que el país necesita, también parecen permitidas en el país en donde el mérito no vale nada, solo vale ser agredido, porque el que es productivo para el Presidente no hace evolucionar a la sociedad. Sin el mérito, no existirían los Bill Gates, ya que sin recibir beneficios por hacer un aporte tan importante para toda la humanidad, entonces sería mejor quedarse sentado sin hacer nada, esperando tan solo a recibir un plan social o buscar dinero a través de medios ilícitos. El mérito es Marcos Galperín, argentino que creó una empresa que cotiza en NASDAQ, y que le sirve en su vida cotidiana a muchos argentinos y otros habitantes sudamericanos: hoy el creador de Mercado Libre se encuentra en Uruguay, ya que en su país sus méritos son despreciados, y se considera ejemplar la mafia de Moyano.
En su libro sobre la ética, Aristóteles nos hace reflexionar sobre que la virtud es el punto medio; y la justicia es virtud, por lo tanto, no puede haber justicia donde hay escasez, ni donde hay exceso. Pero la justicia, invita el ateniense, es proporcional al mérito: cuando se le da de más a alguien que hizo menos, no hay justicia, porque hay exceso; y cuando se le da menos a alguien que hizo más, tampoco hay justicia, porque hay escasez. Lo contrario al mérito es la injusticia: vivir sin que importe el mérito es vivir en una sociedad más injusta, a pesar de que nos traten de convencer de que repartir la riqueza es hacer justicia social.
Es injusto que chicos que tienen derecho a aprender y a estudiar no tengan clases, y es injusto que se les regale el pase de año sin aprender los contenidos requeridos; no es justo tampoco que un policía y un médico que salvan vidas ganen miserias, mientras hay funcionarios con cargos públicos ganando fortunas sin haberse esforzado por triunfar económicamente; y nunca va a ser justo que se castigue al exitoso premiando al que vive de dádivas, como si el mérito fuera un pecado. Si el pecado es no ayudar al prójimo, entonces es importante que la clase política de el ejemplo, enseñando al que necesita ayuda a dejar de necesitarla por siempre.
En una sociedad meritocrática, y por lo tanto más justa, probablemente estaríamos ante un país con menos pobreza, y más pujante: se le daría un valor realmente importante al estudio, sin gremialistas que son obstáculos para que haya clases normalmente, y sin una cuarentena eterna que tiene como última de sus prioridades la vuelta a clases, comprometiendo el futuro de los argentinos generando una catástrofe educativa; no habría listas sábana que obligan al votante a votar una gran cantidad de diputados que no conoce y que no son los más aptos para ocupar un lugar en la representación del pueblo (se plantearía, por ejemplo, una reducción del número de parlamentarios como lo hace Italia, y se estudiaría implementar un sistema electoral de boleta a lista abierta, donde el elector elije a su gusto los candidatos, teniendo un mayor conocimiento sobre a quién se vota, prevaleciendo la calidad por sobre la cantidad); no se aplicarían ideas que aumentan los impuestos sobre el trabajo y la producción para financiar a un sector público insostenible, viendo a la riqueza y al capital como oportunidades para crecer y no como enemigos a combatir; y por último, se valoraría el mérito, que, a pesar de lo dicho por Fernández, es lo que siempre hace progresar a una sociedad: es la perseverancia por crecer, por superarse para desde el progreso personal hacer un mundo mejor para todos. Las ideas del colectivismo y la igualdad forzada es lo que nos impide desarrollarnos: son las ideas que desincentivan el crecimiento económico, que logran la igualdad de todos en la suma pobreza al no dejar lugar a la prosperidad individual. Esta prosperidad no se trata de quitarle oportunidades a otro, sino sacarle el jugo a las propias oportunidades: quien no se destaca como individuo haciendo uso de sus virtudes, jamás puede alcanzar el bien supremo que está por encima de todos los bienes, que es la felicidad (otra enseñanza aristotélica). Así es como surgieron los inventos de los mencionados Gates y Galperín, como muchos otros que han triunfado haciendo progresar a la humanidad.
Alguna vez en la Argentina se valoró el mérito: ese fue el país de nuestros padres o abuelos inmigrantes, que vinieron a hacer la América: construir un país con valor y sacrificio, permitiendo a su descendencia tener la posibilidad de ser profesionales. Hoy en día ya no se ve a la Argentina como una tierra de oportunidades: los descendientes de los que una vez vinieron a que se premie su esfuerzo hoy quieren irse, a un lugar a donde el mérito se valore.