Vivir en la modernidad se concierta con la idea de la representación. Por la falta de representatividad de los políticos hacia los ciudadanos hoy surgen los "outsiders" de la política: Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, aparecieron como alternativas que supieron cómo canalizar y re-conducir el descontento de la población.
En la Argentina el "que se vayan todos" del 2001 no alcanzó para modificar la política tradicional: el peronismo y el radicalismo (con la sumatoria del macrismo en forma de coalición) siguen disputándose la hegemonía electoral. Pero desde 1945 el peronismo conservó una hegemonía muy difícil de arrebatar: las calles siempre fueron del movimiento creado por el difunto coronel, producto de masas que vieron en el líder carismático la concesión de un Estado de Bienestar en el corto plazo.
Desde el 2019, una vez consumada la derrota catastrófica que hizo saltar el dólar por los aires y vaticinar un nuevo gobierno kirchnerista, un nuevo movimiento empezó a gestarse: es de una gran ingenuidad creer que las grandes convocatorias de aquel año se dieron con el objetivo de clamar por la figura de Macri, un político que se observa como respetuoso de las instituciones pero que no cambió ni supo cambiar los problemas estructurales de la economía. Entre militantes macristas y radicales se sumaron votantes apartidarios que no se identifican con Macri, sino con una república libre de corruptos, donde se valore la meritocracia y los valores de la libertad.
El 2020 sin dudas será recordado (tal vez junto con los próximos años) como el año de las protestas y manifestaciones auto-convocadas, con un gran componente de la clase media (el sector social más castigado) sumado al resto de las clases sociales. Estas convocatorias, como la masiva concentración en distintos puntos del país en este 12 de octubre, se dan en un contexto de crisis de la política: la gente ya no cree en los políticos, ni en la justicia, ni en su moneda. La convocatoria en el día de la diversidad cultural se dio en el marco de una diversidad de reclamos: el miedo al coronavirus resulta ser insignificante en comparación al miedo que implica la imagen de Venezuela. En un globo publicitario con las banderas argentinas y venezolanas que volaba por encima de la Plaza de la República figuraba una clara consigna: "Venezuela y Argentina libres". Gran parte de la Argentina ya no está dispuesta a pagar altos impuestos que financian al aparato burocrático del Estado que beneficia en gran parte a la clase política; tampoco quieren perder sus libertades en nombre del delirio de la cuarentena eterna; ni quiere mirar por la televisión mientras cumple con el inconstitucional encierro cómo la vicepresidente desplaza a los jueces que deben juzgarla. La gente no quiere seguir viviendo en la mediocridad ni ser Venezuela.
Las masivas concentraciones que empezaron en el período electoral del año anterior fueron un aviso que la coalición triunfante no fue capaz de descifrar: el nuevo movimiento gestante en la Argentina demuestra que la participación ciudadana no termina en el momento de colocar el voto en las urnas, sino que se presenta una participación activa de la ciudadanía en las calles, sin liderazgos y de forma espontánea. Las palabras de Santiago Cafiero negando que los manifestantes representen al "pueblo" es desconectarse de forma total de los reclamos ciudadanos: la clase política argentina que nos gobierna no comprende que el Antiguo Régimen ya terminó, y si los gobernantes no representan a la gente, esta va a manifestarse.
Que sólo los propios merezcan llevar el nombre de "pueblo" es una vieja consigna del populismo: para que el líder encarne a la masa, y esta le tenga devoción, hace falta definir quienes son el pueblo (los que idolatran al líder, los que apoyan la cuarentena, el Estado "presente" y los matones de Quebracho que fueron a la Quinta de Olivos) y el anti-pueblo (los que valoran el mérito, los que piensan distinto, los anti-cuarentena y oligarcas cipayos, que se oponen al modelo venezolano), ignorando que el verdadero Pueblo incluye a toda la heterogeneidad presente que se encuentra bajo el territorio nacional. Hoy el "anti-pueblo" tiene la calle, y al peronismo/kirchnerismo le molesta mucho. No son manifestantes en nada parecidos a los de las revueltas en Chile, envalentonadas por células castro-chavistas, barrabravas y agresores golpistas. Son manifestantes que representan los valores de la república y respetan la democracia, y creen en sus manifestaciones ante la desesperanza de no poder creer en la clase dirigente. Hoy los outsiders como Milei y Espert crecen en las encuestas, y muchos votantes de Alberto Fernández que no representan el núcleo duro del kirchnerismo están arrepentidos de haber confiado en la vuelta del populismo. Mientras siga gobernando la agenda de Cristina y Alberto Fernández no logre escuchar el descontento popular, el gobierno va camino a perder valor más rápido que el peso frente al dólar: se cumplirá la filosofía del inglés John Locke, quien escribía en el contexto de la Revolución Gloriosa: si el gobierno rompe el lazo de confianza que entabló con la sociedad y no cumple con los motivos de su institución, el pueblo tendrá derecho a disolverlo para defender su vida, sus propiedades y libertades. Esa oportunidad se verá en 2021 y 2023, cuando, en contra de las usurpaciones a la propiedad privada; la doctrina abolicionista de los jueces; y el estatismo proto-venezolano (que empieza a tomar forma con vaivenes en la política exterior e instituciones financiadas con los impuestos que pueden llegar a coartar la libertad de expresión), este republicanismo masivo, libre y popular se manifieste en las urnas.