lunes, 15 de febrero de 2021

EL ODIO DE CLASE Y LA AUSENCIA DE UN PROYECTO POLITICO

En su famosa obra "El Capital", Carlos Marx argumentaba que el motor de la historia es la lucha de clases: explotadores contra explotados, siendo los del mundo capitalista el empresario y el asalariado, respectivamente. La teoría de la plusvalía que correspondía al trabajador y que significaba la ganancia del que invertía el capital era desde la concepción marxista un llamado a despertar la conciencia de clase y, mediante la lucha de clases, llevar a cabo una revolución y terminar con la desigualdad (tomando como medida de valor de los bienes y de los salarios la teoría del valor-trabajo, la cual luego la ciencia desterró, considerando hasta el día de hoy al valor de acuerdo a su utilidad y escasez, a su oferta y demanda). Muchos países en el mundo han intentado llevar adelante experimentos socialistas, y las experiencias han sido desastrosas: la evidencia empírica ha demostrado que hasta ahora no ha habido un mejor sistema que el capitalista, que lleve a la mejor calidad de vida posible. Al contrario de lo que Marx pronosticaba (un momento en el que el capitalismo se auto-destruiría), la pobreza, si bien está lejos de extinguirse, alcanzó mínimos históricos a nivel mundial y en los países desarrollados existe una movilidad social ascendente. 
 El fracaso del comunismo y el triunfo del capitalismo radica, entre otras cosas, en que lejos de ser un problema, la creación de riqueza, además de generar beneficios extraordinarios, genera puestos de trabajo y hace disminuir las tasas de pobreza. El mundo comprendió que repartiendo la "torta" con el fin de acabar con la desigualdad no se iba a terminar con la pobreza sino incrementarla: el PBI mundial no dejó de multiplicarse desde la instauración del capitalismo (además de multiplicarse la tasa de natalidad) porque no existe dicha "torta" como tal a ser repartida, sino que esta se sigue expandiendo a través de distintos descubrimientos en el mercado y el uso de tecnologías que posibilitan la existencia de economías de escala, aumentando la productividad y reemplazando puestos de trabajo por otros nuevos. Si hace dos siglos era imposible navegar en internet y hacerlo a la velocidad que hoy se hace desde un teléfono celular, el capitalismo lo hizo posible, pudiendo, entre otras cosas, crear emprendimientos tecnológicos como muchas start-up y aplicaciones de celulares que hacen ganar mucho dinero a sus dueños, y también generar nuevos puestos de trabajo y nuevas oportunidades. Tal vez todavía no tengamos idea de qué nuevos inventos podamos conocer en el futuro, y de lo que el capital humano es capaz de lograr para seguir dinamizando las economías y maximizar la calidad de vida. 
 Dicho esto, la conclusión es que en el mundo capitalista, para sacar gente de la pobreza, no sirven utilizar fórmulas que fracasaron estrepitosamente, sino hacer lo que hace el mundo emergente en su mayoría y el mundo desarrollado: entender que para mejorar la calidad de vida de la población se necesita crecer, y para eso se necesita más capitalismo: empresarios que inviertan y obtengan cuantiosas ganancias, generando empleo y aumentando la renta como resultado del aumento del producto. Nuevamente, no se trata de repartir la "torta", sino de agrandarla, innovando en las formas de producir y expandiendo la frontera de posibilidades de producción. En un país con una alta presión impositiva que se destina a mantener un alto déficit fiscal y a la casta política, sumado a la distorsión de precios generada por la inflación, claramente no hay un clima agradable para los negocios, y consecuentemente para terminar con la decadencia. 
 Albert Einstein acuñó la famosa frase "si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Por más de que el gobierno se junte con empresarios, congele las tarifas de servicios públicos (lo cual es patear hacia delante una bomba que en algún momento va a explotar), cree precios máximos y envíe piqueteros y militantes a controlar precios a los supermercados, nunca se solucionará el problema de la inflación si no se atacan los problemas de fondo. El ala más izquierdista del gobierno (identificados en muchos casos con las guerrillas de los 70', como Montoneros) incentiva el odio de clase y exacerba una retórica donde se plantea el problema de la pobreza en la abundancia de otros: la bronca hacia los "vivos" que remarcan precios; la existencia de retenciones a las exportaciones y la amenaza con aumentarlas; las tomas de tierras con Grabois como mayor partícipe, son exaltaciones de un odio de clase con ideas que atrasan y que ya fueron superadas por el resto del mundo, a excepción de Cuba, Venezuela y otros rincones del planeta donde las ideas de destruir el capital y castigar al que produce han llevado a catástrofes humanitarias. 
 Pero siempre que hay una crisis económica, esta viene de la mano de una crisis política: en la Argentina no hay estadistas con proyectos a largo plazo, sino tan solo políticos profesionales con consignas vacías que piensan en la próxima elección. Lejos de ser una maldición como declaró la diputada Vallejos, exportar alimentos es una ventaja comparativa que le ha permitido crecer y desarrollarse a países como Estados Unidos o Australia. La maldición está en tener políticos que se hacen ricos mediante el erario público y consideran al campo, el sector más productivo de la economía, el enemigo de clase que se debe combatir en nombre de un pueblo que se ha empobrecido a causa de tales disyuntivas obsoletas. 
 Israel, un país que en un principio no contaba con ventajas comparativas cuantiosas, padecía luego de la guerra de 1973 una inflación creciente, una tasa de pobreza en alza y gran parte de su infraestructura destruída, logró ser un país desarrollado gracias a un proyecto político de largo plazo. Sin ser uno de los mayores sojeros del globo; sin tener la octava mayor superficie territorial del mundo con abundantes tierras fértiles y climas diversos; sin ningún yacimiento como Vaca Muerta; el acuerdo entre los principales partidos políticos para garantizar la independiencia del Banco Central, mejorar la eficiencia del gasto público y apostar por el capital humano invirtiendo en educación y proyectos de investigación y desarrollo lo han llevado a ser uno de los mayores productores de ciencia y tecnología en el mundo (hubo también un acuerdo con sindicalistas y empresarios para congelar precios y salarios, pero estos hubieran carecido de sentido si la clase política no aplicaba las reformas de fondo que le permitieron a Israel explotar su capital humano y despegar económicamente). El país de los kibutz socialistas (granjas agrícolas diseñadas con fines colectivistas) pasó a ser el país de los kibutz que producen tecnología agrícola. Incluso a pesar del contexto geográfico desfavorable debido al odio de los países vecinos, se aprovechó esta desventaja para que, a partir de la obligatoriedad del servicio militar, se catapulte desde el ejército a los jóvenes para ingresar en el mundo emprendedor. 
 La Argentina carece de tal proyecto político. Sus dirigentes no parecen proyectar un rumbo donde más allá de las diferencias entre los espacios políticos, gane quien gane se eviten cometer errores del pasado y se estabilice el país por un sendero de crecimiento. Este camino podrá tomarse si se crean clases dirigentes que dejen de pensar en sus privilegios y en las elecciones que ocurren cada dos años, para adoptar un plan viable en el largo plazo. Y dentro de ese acuerdo no pueden ser viables las arremetidas contra el capital (ya sea con impuestos confiscatorios o controles de precios), la amenaza a la propiedad privada y la emisión monetaria destinada a financiar el populismo (la verdadera causa de los aumentos de precios).
 Como diría Nicolás Maquiavelo en su obra "Discursos sobre la primera década de Tito Livio", las instituciones son la convergencia de intereses enfrentados, cuya colisión dan origen a reglas que garantizan que de ese conflicto surja en las Repúblicas la protección hacia el bien común. Si por bien común se entiende el bienestar de la sociedad toda, es menester que las instituciones garanticen las normativas que hacen inviolables los derechos que hacen a todo pueblo libre: la libertad de comercio; el respeto irrestricto de la propiedad; la educación; la condena hacia el robo; entre otros. Ante el avasallamiento de estos derechos fundamentales, las instituciones no pueden titubear frente al poder de turno. Si se modifican las elecciones a gusto del gobierno no solo se violarían las instituciones, sino que también quedaría en evidencia que estas no resguardan el bien común sino el bien de la oligarquía política. Dentro de un proyecto político debe garantizarse la seguridad institucional, de lo contrario todo consenso se fractura ante los intereses contrapuestos. 
 La militancia del rencor hacia grandes emprendimientos como Mercado Libre y la complicidad hacia sindicatos que entorpecen iniciativas innovadoras son resultado de un odio de clase vacío de un contenido que contenga un proyecto político. Se necesita uno que pueda generar capital humano y explotar los recursos naturales que la Argentina tiene la bendición de poseer, donde para eso se apunte a darle una gran prioridad a mejorar en los estándares educativos y se gane una batalla cultural en la que se entienda que sin crecimiento no puede disminuír la pobreza, y destruyendo la riqueza no hay crecimiento.  Es decir, "combatiendo al capital" nunca saldremos de la decadencia. Todavía estamos a tiempo.