Dicha rutina no estaría tan mal si con su jubilación podría llegar tranquilo a fin de mes: come carne tan solo dos veces por mes, suele alimentarse a base de fideos y alguna ensalada sobrepasada en lechuga. "Entre las expensas, servicios y alimentos vivo cagando todos los días", suele rezongar en las mañanas cuando vecinos de su edad salen a tomar un poco de aire y sol en las calles porteñas. La vida austera y humilde es aún más complicada debido al aumento de precios que Ari debe padecer por cada compra realizada en el supermercado y la verdulería.
Sus remedios los consigue todos los meses luego de largas colas esperando en un hospital público, mientras que cuando debe atenderse con un médico es una peripecia entre las horas de espera y su dolor de columna.
Un día frío en el invierno de Buenos Aires los alimentos sufrieron un alza del 10% en julio. Ari ahora no puede contar con comer las cuatro comidas del día, y su hijo apenas llega a fin de mes para poder ayudarlo. Las intervenciones odontológicas son impagables para reponer su maltrecha dentadura; sus anteojos rotos no pueden ser reemplazados en medio del infierno de la inflación galopante. Y encima de todo, se viene un aumento en las tarifas de luz y gas anunciado por el gobierno.
Ari cayó al piso del departamento en medio de un profundo dolor en una muela. Sentía un fuego ardiente que consumía su boca y paralizaba el deteriorado cuerpo. Durante un momento su vista se volvió negra. No podía mover ni un dedo. "La falta de proteínas me está haciendo agonizar", pensó por un instante. O tal vez era el dolor en su desgastada dentadura, quizás lo hizo desmayarse. Podría ser también que se haya vuelto ciego. Repentinamente, en medio del negro total que capturaba su vista, un ser blanco y alado de forma humanoide le hablaba con una voz tenue y parsimoniosa: "Vas a viajar al pasado, con el mismo estado físico que ahora, y se te depositará por mes la misma jubilación que estás cobrando, pero esos 30.000 pesos serán equivalentes a 30.000 dólares".
En una mañana de frío gélido, Aristóbulo amaneció sobre su cama con el dolor de huesos habitual. Prendió el televisor para ver la temperatura y se encontró con un programa de Tato Bores. El anciano recordaba con una sonrisa aquellos monólogos pensando que se trataba de una filmación vieja. Sin embargo, al cambiar de canal ve una noticia del "Actual ministro de economía, Domingo Cavallo".
La sensación de nervios en el pecho lo hacía salir a la calle olvidando su aquejado dolor de cuerpo. En un puesto de diarios paró a preguntar la fecha del día. "30 de julio de 1992, señor". Ari pensaba que estaba alucinando, y recordó las palabras de aquella visión. Fue rápidamente al banco a retirar sus haberes de jubilado. Eran los 30.000 pesos que venía cobrando. Tomó 5.000, llevándose 50 billetes de 100 pesos, pareciéndole raro que no haya ni uno de 500 o de 1000. Compró un diario con un billete de 100 pesos, regalándole el holgado vuelto al diariero, quien se sorprendía por haber vendido un diario a 100 dólares.
"La ley de convertibilidad pulverizó la inflación en Argentina". "Valor del dólar: 1 peso la compra, 1,20 la venta". Aristóbulo estaba llorando de emoción mientras las lágrimas empapaban el periódico. Había viajado al pasado, a los años 90`, teniendo los mismos 30.000 pesos de jubilación.
Aristóbulo de repente pasó a tener el poder adquisitivo para hacerse una dentadura nueva; cambiar sus anteojos; contratar cesiones de masajes que le aliviaron los dolores de cuerpo; pudo empezar a ir a la farmacia a comprar sus medicamentos con tarjeta de crédito; con el tiempo le compró un departamento a su hijo; comenzó a irse de vacaciones a Miami; y no solo tuvo dinero suficiente para no escatimar en el consumo de alimentos, sino que no lo afectaba una suba generalizada de precios que carcoma su poder adquisitivo.
Ari, quien a pesar de haber viajado 30 años en el pasado seguía teniendo su misma edad del 2022, disfrutó de esa época con holgura como nunca en su vida. Cada mes fue capaz de disfrutar de sus 30.000 pesos, siendo estos 30.000 dólares.
Al momento de volver a pasar por la dramática crisis económica y social de los años 2001 y 2002, Aristóbulo, quien ya experimentó aquellos sucesos, se encontraba en Miami y pasó todos sus ahorros a dólares, los cuales fueron depositados en una cuenta en el exterior.
Para sorpresa de su hijo, éste se enteró allá por julio de 2003 que su padre regresó a vivir al barrio de San Telmo. Después de haber pasado una velada jocosa con él en su departamento de Buenos Aires, el hijo de Aristóbulo no tuvo noticias sobre su progenitor durante varios días, por lo que acudió a un cerrajero para abrir por la fuerza la puerta de su vivienda. Lo que tanto temía se confirmó: su padre, Aristóbulo César Valdivieso, yacía muerto recostado en el pequeño living. Sobre la mesa se encontraba el pan listo para tirarle migas a las palomas en la plaza. El médico forense firmó en el certificado de defunción: "Aristóbulo César Valdivieso; edad desconocida; muerte a las 20:03 del 30 de julio de 2003; causa del deceso: no identificable".