Antes del hablar, se siembra la duda,
la del qué dirán, si lo dicho será como una ojiva nuclear, o será fugaz.
La acción de preguntar, mucho hace dudar,
que lo preguntado sea atendido, o que disperse una ventisca abisal.
Antes de cruzar, siempre es mejor esperar,
nunca es seguro si el otro va a parar, o te decide atropellar.
La duda siembra miedo, como el niño que se asusta en la oscuridad,
y no sale hasta el comienzo del alba.
El accionar es temporal, y la inseguridad lo transforma,
lo anticipa precozmente como un vuelo de águila,
o lo retrasa hasta el final, como el sigilo de un león escondido.
La palabra es una duda en sí misma,
nos pregunta si vamos a arriesgar, o preferimos inspirar,
sin exhalar el final.
Antes que hablar, y oler la mierda de las letras,
de una palabra podrida, es mejor callar.
La duda atosiga, y nos plantea si es mejor rezar,
esperando que nos oigan, dudando hasta el final.