Pichetto, Morales, Bullrich y Rodríguez Larreta. Cuatro importantes referentes de Juntos por el Cambio.
Antonio Gramsci hablaba sobre crear generaciones de intelectuales que reproduzcan en las distintas unidades de la sociedad un sentido común, seguido por una filosofía en un nivel más elevado, capaz de capturar unidades culturales que expandan la ideología pretendiente de hegemonizar las ideas de la sociedad civil. Para el filósofo marxista italiano, la superestructura de la que teorizaba Marx estaba constituida por dos componentes: uno era la sociedad política, el Estado en sentido estricto; y el otro era la sociedad civil, de la que debía emanar la ideología conducida por el partido con aspiraciones de poder. Los Kirchner fueron alumnos obedientes de Gramsci. El aparato coercitivo del Estado sin una hegemonía ideológica no alcanza para construir un proyecto político a largo plazo. ¿El pueblo se equivoca al votar? Puede ser. La democracia no es un régimen exento de complicaciones. Pero al voto hay que saber guiarlo. Y es allí donde no puede negarse que bajo las incoherencias del relato kirchnerista que no hace falta enumerar, se esconde la virtud política de una batalla hegemónica que la oposición nunca supo pelear.
Las divisiones dentro del Frente de Todos deben ser una luz de alerta para un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio en 2023, coalición que sigue unida pero no deja de estar fragmentada: en un régimen semi-presidencialista, donde el Presidente es electo como en los presidencialismos pero el gabinete se conforma como en un sistema parlamentario, la anomalía del actual gobierno sería una diarquía, es decir, un gobierno con dos cabezas, donde el gabinete es opositor al Presidente. Se supone que en un régimen presidencialista eso no debería suceder, pero a Alberto solo le queda Guzmán como un alfil leal a su conducción. En el resto del gabinete, con la salida de Kulfas quedan sólo soldados de Cristina. A un gobierno de tales características solo le queda gestionar la crisis hasta el final del mandato. Sin embargo, más allá de las limitaciones del gobierno de los Fernández, a la oposición no le alcanza con ser la opción menos mala si no quiere caer en el mismo marasmo.
Juntos por el Cambio se encuentra ante la necesidad de dar la batalla ideológica que en su momento supo dar el kirchnerismo, y no darle una nueva vida a este último como lo hizo Macri en su gobierno. Con tener el poder político no es suficiente para consolidar un proceso social que convenza a la sociedad del camino a seguir, sino que hace falta dar una disputa ideológica por las ideas. ¿Gerardo Morales es capaz de retirar a la UCR de la alianza si el resto de sus miembros coincide en que se debe privatizar Aerolíneas Argentinas, empresa deficitaria que le cuesta millones de pesos a los argentinos?¿La coalición va a respaldar la postura de Pichetto de reivindicar el rol de estadista de Julio Argentino Roca, o Rodríguez Larreta va a plegarse al falso progresismo, como hizo el Pro en su momento al votar, en la Legislatura Porteña, por colocarle el nombre del terrorista Rodolfo Walsh a una estación de subte?¿El Jefe de Gobierno porteño sería capaz de enfrentarse a 14 toneladas de piedras al votar una reforma previsional, u optaría por conceder, como lo hace cada vez que los piqueteros cortan calles en la Ciudad? Son preguntas que la mesa chica de Juntos por el Cambio debería plantearse si pretende gobernar más que cuatro años. La pluralidad de voces es una virtud, pero la falta de ideas claras es un error que se paga muy caro. En términos del sociólogo Göran Therborn, la ideología es la forma en que se operacionaliza la conciencia: si los partidos que aspiran a gobernar no son conscientes ellos mismos de lo que se debe hacer, difícilmente lo sea la sociedad para respaldarlos.
En la región se está acentuando una polarización cada vez más marcada: en Chile, donde supo haber un sistema de partidos muy consolidado, el electorado se volcó a los extremos y por fuera de los partidos tradicionales; en Perú, con un sistema de partidos de distintas características, se terminó en un ballotage entre Castillo y Fujimori, también dos extremos opuestos; en Colombia, el electorado deberá elegir entre el izquierdista Petro y el antisistema Hernández; y en Brasil, todo parece indicar que la elección estará entre Lula y Bolsonaro. Una segunda vuelta entre el kirchnerismo duro y Milei en 2023 parece muy complicado, pero si se observan las últimas elecciones, hay un crecimiento muy marcado del polo ubicado a la derecha: entre Gómez Centurión y Espert no llegaron al 3% en las elecciones de 2019; y en el 2021 Milei sacó 17 puntos en la Ciudad y Espert 8 puntos en Provincia. Es probable que ese electorado se agrande en 2023. En la medida que Juntos por el Cambio no de la batalla contra el kirchnerismo en lo cultural, en el mundo intelectual, en la educación, las ideas libertarias seguirán ganando adeptos al igual que lo hace el trotskismo. En el Frente de Todos y su electorado hay ideas afines al Frente de Izquierda tanto como en Juntos por el Cambio y sus votantes hay afinidades con los libertarios: la polarización extrema existe, pero aún está contenida en comparación a otros países de Sudamérica. No es posible vaticinar que tal polarización (extrema) llegue a la Argentina en 2027, pero tampoco se puede asegurar lo contrario.
Macri no quiso dar malas noticias ni aburrir con cadenas nacionales, y la estanflación trajo al kirchnerismo de vuelta. No se puede subestimar al relato y su utilidad. Aunque esté todo dado para que el oficialismo pierda las elecciones de 2023, Juntos por el Cambio no está presentando un discurso unificado y programático. Si las divisiones internas carcomen a un probable gobierno cambiemita y lo dejan sin rumbo como al de Alberto Fernández, el kirchnerismo ya demostró que puede volver al poder.