El reconocido politólogo italiano Norberto Bobbio planteaba una dicotomía bastante conflictiva, que consistía en el gobierno de las leyes frente al gobierno de los hombres. En una democracia, los cargos los ocupan hombres que deben cumplir las leyes, y se corre el riesgo de que el hombre pase por encima a la norma. Y si se ejerce una preponderancia de la ley, esta puede reducir al hombre. Esa tensión persiste constantemente, y no es fácil alcanzar el equilibrio deseado.
Puede decirse que de alguna manera, los intelectuales fundadores de la Constitución de los Estados Unidos se anticiparon varios años a dicha dicotomía: bajo el seudónimo de "Plubio", Hamilton, Madison y Jay formulan en "El Federalista" su escrito sobre el funcionamiento de la carta magna estadounidense, norma fundamental que será una fuente de inspiración para todas las constituciones liberales y republicanas del continente.
La clave para que una democracia sea liberal está en la división de poderes: puede haber elecciones periódicas, pero si el ejercicio del poder no respeta la independencia de un poder sobre otro se cae en híbridos que ya han existido en la historia, llamados "democracia iliberal" o "autoritarismo competitivo". La división del poder del Estado en tres poderes hace al objetivo de salvaguardar la libertad: que el poder se distribuya en tres evitando su concentración implica que uno frene al otro. Es decir, que haya hombres que controlen a otros hombres, por medio de la ley. Para que ningún poder se corrompa, hay mecanismos de control para que no haya minorías oprimidas por la mayoría ni elites que sometan a las mayorías.
Cuando Cristina habla de la existencia de un "partido judicial", con la teoría que expresa que aquel es la continuidad del partido militar que derrocaba gobiernos democráticos en el siglo XX, está acudiendo a un relato que deslegitima el funcionamiento de la justicia. En vez de ponerse a disposición de esta última, la Vicepresidente incurre en sembrar dudas acerca del compromiso democrático por parte de los jueces y el Ministerio Público Fiscal. Al contrario de lo que sostiene, es ella misma la que erosiona las instituciones democráticas con su comportamiento.
El Poder Judicial está sometido al control por parte de los restantes poderes: el pliego de los jueces federales se instituye por medio de una terna vinculante del Consejo de la Magistratura, y hasta hace poco tiempo este último tenía una sobre-representación de los miembros provenientes de los partidos políticos que favorecía al kirchnerismo. Luego, los pliegos de los jueces deben ser votados por dos tercios del Senado, al igual que los fiscales. En la Cámara Alta, antes de la ultima elección, el peronismo siempre tuvo quorum propio. Gran parte de los jueces y fiscales que según Cristina "ya tienen la condena escrita" fueron nombrados bajo gobiernos peronistas. Por otra parte, otro mecanismo de control sobre la justicia es el juicio político. No hay ninguna evidencia que indique que haya falta de imparcialidad en un magistrado como para utilizar tal herramienta contemplada en la Constitución. Hasta ahora, los argumentos de Cristina consistieron en intuir que por el hecho de participar de un partido de fútbol Luciani es macrista; o que Nicolás Caputo es tan corrupto como ella; pero no expone ningún fundamento que contradiga lo investigado por el fiscal. Por de pronto, sí existen motivos para iniciarle un juicio político al Presidente, quien no solo se inmiscuyó en la labor del Poder Judicial opinando sobre las causas que comprometen a la líder de su espacio (algo que la Constitución le prohíbe), sino que también, por si faltaba más, lanzó una amenaza encubierta hacia el fiscal Luciani.
La idea alocada de democratizar la justicia que invocan ciertos militantes es desconocer su funcionamiento: en el "Federalista", texto mencionado anteriormente, se explica que los jueces deben ser vitalicios porque si su función durara unos pocos años como ocurre con otros cargos, entonces los jueces faltarían a su imparcialidad con el fin de ser designados periódicamente; mientras que los jueces no pueden ser elegidos por el voto de los ciudadanos debido a que entonces se convertirían en cargos político-partidarios, denotando una clara parcialidad que desautorizaría su rol como magistrados.
El intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner es el clímax lamentable de una serie de pasiones fanatizadas que expresan amores y odios desmedidos hacia su persona. Que la democracia se concentre en su figura es insano: habla de la falta de ideas y el seguimiento por personalismos que intentan estar por encima de las instituciones, lo cual termina por destruir a la aludida democracia.
Es natural que los líderes basen gran parte de su liderazgo en el carisma (para Max Weber a ese atributo estaba muy vinculada la política profesional y representativa), pero el seguimiento religioso de una figura no acepta que esta debe acatar las instituciones, y que estas no tienen que encarnar a su persona tal como ocurre en Corea del Norte (para muchos una teocracia). Escuchando a muchos adeptos de CFK se puede entrever su divinización (la declaración de "amor" de sus militantes, llamar a su casa como un "santuario"). Mientras que el odio que despierta en casos como el del brasileño detenido, está de más decir que tampoco respeta las reglas del juego, y que abre la posibilidad a atrofiar aún más los mecanismos constitucionales a través de un estado de violencia política que la Argentina ya vivió en su momento. El peligro de todo esto es la deslegitimación de las instituciones republicanas y de la democracia como método capaz de solucionar los conflictos. La violencia es un síntoma de la enfermedad.