Milei propone "motosierra". Massa sigue expandiendo la base monetaria, con claro riesgo de hiperinflación.
Muchas veces la libertad es más dolorosa que la esclavitud. Como relata el segundo libro del Pentateuco, Shemot (Éxodo), el pueblo hebreo salió de Egipto, pero no faltaron quienes cuestionaron la conveniencia de pasar a una vida de libertad y que pretendieron regresar a las tierras donde vivieron en la esclavitud. Valerse por sí mismo, tomar propias decisiones, puede ser más complejo que dejar que otros decidan por nosotros. La situación de esclavitud puede ser más cómoda. Salir de la zona de confort implica avanzar en el temor hacia lo desconocido.
El plan "platita" de Massa funcionó, y no es la primera vez: en las elecciones del 2021, si se comparan las elecciones generales con las PASO, el kirchnerismo pasó de perder por más de cinco puntos en la Provincia de Buenos Aires a perder por tan sólo un punto y monedas, con regalos de electrodomésticos y viajes turísticos de por medio. En el 2019, Macri pasó de perder por más de 15 puntos en las PASO a perder dignamente por siete puntos en las generales, otorgando la devolución del IVA en alimentos, y subsidios a los combustibles. Era de esperar que la eximición de impuestos junto con el explosivo aumento del gasto (un combo letal) hagan remontar a Massa, pero ni el peronista más optimista hubiera imaginado al tigrense pasando del tercer puesto al primero y en comodidad. El plan "platita" es como la esclavitud en Egipto de las escrituras bíblicas: para muchos es más cómodo que el Estado cumpla un rol paternalista antes que salir adelante por sus propios medios. La campaña de miedo llevada a cabo con el boleto de transporte público es una muestra de ello: es tentador seguir pagando una tarifa ficticia y subsidiada, y no emprender el riesgo de implementar transformaciones que lleven a no depender de subsidios del Estado. El problema es que, aunque un boleto valga $60 y no $700 (valor sin subsidio), esos $700 igualmente se están pagando, con impuestos, emisión monetaria y endeudamiento. Lo mismo ocurre con el programa Pre-Viaje: el subsidio al turismo nacional no sale de un repollo, sino del contribuyente. La trampa populista del consumo lleva a que se ahorre poco, y eso es menos inversión para el día de mañana; y por lo tanto menos crecimiento, menos empleo privado, y peores salarios. La esclavitud bajo el Faraón subsidia las tarifas y el transporte. Para ser un pueblo libre, el argentino debe dejar de ser un pueblo subsidiado. Tal como le llevó a las tribus de Israel vagar por el desierto 40 años para llegar a la tierra prometida, los cambios nunca tienen resultados repentinos, sino que requieren años de austeridad y de políticas a largo plazo.
Todos los indicadores empeorados bajo la gestión de Massa son motivo para votar a la oposición, pero el rechazo o miedo al cambio, además del conformismo hacia la realidad mediocre que vivimos los argentinos le dieron un impulso al pésimo ministro de economía. Algo parecido pasa en Formosa, provincia que parece Macondo, el pueblo de Cien Años de Soledad de García Márquez: a pesar de ser el distrito con los peores indicadores, de tener un gobernador dictador que encerró desalmadamente a los formoseños durante la pandemia, la historia se repite una y otra vez, posiblemente porque es más potente el deseo por conservar lo poco que se tiene antes que convertir el empleo público en empleo privado.
He aquí una primera lectura que explica el insólito triunfo de Massa: la platita, el clientelismo, la mentalidad mediocre de no querer salir del pozo. Sin embargo, cabe preguntarse si esto es una victoria del kirchnerismo. Massa es sin dudas el candidato menos kirchnerista del kirchnerismo. En los debates presidenciales no sólo declaró que si gana las elecciones a partir del 10 de diciembre será "su" gobierno, dando a entender que este no lo es, sino que también ha dado miradas muy distantes de la ideología kirchnerista. Massa en los debates habló de bajar impuestos; quitarles las retenciones a las exportaciones; alcanzar el equilibrio fiscal; declarar a Hamas como organización terrorista y respaldar a Israel; considerar a Venezuela como una dictadura; invertir en seguridad; formar un gobierno de unidad nacional con radicales, liberales, gente del PRO y peronistas díscolos. Todo lo contrario a lo que el kirchnerismo pregona. Si el kirchnerismo ganó la elección, en todo caso es una victoria pírrica: han caído muchas de sus tropas. Esta suerte de habilidad que presenta Massa para retener los votos fieles del peronismo y a su vez mostrarse como alguien distinto para acaparar gran parte de los votos de Rodríguez Larreta y de parte del electorado que no votó en las PASO, y contar incluso con el apoyo de grandes sectores empresarios adictos al status quo lo hacen un candidato muy competitivo para el oficialismo. Es una especie de Alberto Fernández en el 2019, pero muy mejorado, una versión 2.0.
Por otro lado, el liderazgo de Milei consiguió una epopeya. Gane o pierda el ballotage, ya se incrustó fuertemente en el mapa político argentino, con fuerte presencia en el Congreso y en nada más que dos años desde que incursionó en política. Se cayó lo que parecía ser un liderazgo incuestionable de Cristina Kirchner en el peronismo, y el liderazgo de Macri como jefe de la oposición también tuvo una estrepitosa caída, ya que hoy Juntos por el Cambio dejó de ser la segunda fuerza a nivel nacional. Parece difícil que esta última coalición se sostenga debido a la actitud que tendrán sus miembros frente al escenario de ballotage, pero su implosión sería perjudicial de cara al próximo gobierno: tener un parlamento todavía más fragmentado dificultará más el logro de consensos. El interbloque de Juntos por el Cambio puede ser un actor de peso en el Congreso ante embestidas de un gobierno de Massa, y también para apoyar las reformas razonables de un gobierno del libertario. Una fractura de JxC implicaría más fragmentación y por lo tanto más actores de veto que dificulten la tarea de formar alianzas sólidas y sostenibles.
Esta reconfiguración del escenario político hubiera sido impensada hasta hace nada más que dos años atrás. El destino del país se dirime entre dos candidatos que no responden directamente a los liderazgos de Cristina y Macri. Si hay algo seguro, es que Argentina es un país divertido. No obstante, aunque Massa no exprese lo que quiere genuinamente el kirchnerismo, poco se puede confiar de alguien que ha establecido un pacto con corruptos a quienes denunciaba pocos años atrás y que hoy está utilizando recursos públicos con fines partidarios.
El 19 de noviembre se dirime no solo una elección, sino una cuestión moral. Si Massa se convierte en Presidente, es porque los escándalos de corrupción pesan poco en la sociedad, y el plan "platita" lo hace bastante. El temor a las sospechas de un posible populismo de derecha de Milei no tiene que ser motivo para renunciar a ser un país normal. En el mundo no es ninguna locura que haya vouchers para las escuelas, sino que lo que es una locura es tener una inflación mensual del 12% y seguir votando ladrones. En calidad de un acto patriótico, Bullrich y Schiaretti deben hacer lo posible para que sus votos vayan a Milei en la segunda vuelta, donde Macri puede jugar un rol importante en tanto declare su apoyo al libertario. A su vez, la cantidad de gobernadores y legisladores que tendrá Juntos por el Cambio serán fundamentales tanto como apoyo, pero también como contrapeso hacia las políticas de La Libertad Avanza si esta fuerza se torna demasiado personalista. Se juega el futuro entre salir definitivamente de Egipto o quedarse a mitad de camino.
Tomás Racki. Politólogo