Desde el 10 de diciembre, el peronismo debió dejar la Casa Rosada.
La inestabilidad económica de la Argentina data de antes de la recuperación de la democracia, y por lo tanto sigue siendo una cuenta pendiente de esta última. Cada gobierno o conjunto de mandatos representativos de una fuerza política han dejado un país peor del que recibió. Alfonsín no pudo terminar el mandato y se fue por la puerta de atrás, con una crisis de hiperinflación. Menem en su comienzo supo estabilizar la economía, pero dejó un país salpicado por la corrupción, con problemas de índole fiscal y de endeudamiento. De La Rúa fue otro gobierno radical que no pudo terminar su mandato, ya que le estalló en la cara la bomba dejada por el menemismo y no fue capaz de desactivarla. Luego del gobierno de transición de Duhalde que confiscó el ahorro de los argentinos, empezaría en 2003 una etapa negra en la historia de la democracia argentina: el kirchnerismo, primero con Néstor Kirchner y luego con Cristina Fernández, empezó con superávits gemelos, baja inflación, un contexto internacional favorable con una baja en la tasa de interés norteamericana y un boom de las commodities, y Cristina se fue en 2015 con cepo cambiario, estancamiento económico, una inflación del 30%, un déficit fiscal agigantado y escándalos de corrupción sin parangón. Macri pudo terminar el mandato, pero no pudo evitar la estanflación.
Claramente hay una cuenta pendiente: la estabilidad política, si bien es parcial, no se tradujo en un mejor nivel de vida para los argentinos. Y aquella es parcial, porque cuando no ha gobernado el peronismo ha sido difícil garantizar la gobernabilidad. Se recuerda al gobierno de De La Rúa como de los peores de la historia, ya que se fue en el a partir de allí famoso helicóptero, un poco por la oposición desestabilizante que debió sufrir, y otro poco por su poca capacidad de respuesta ante la crisis. Sin embargo, hubo un gobierno que superó al de De La Rúa en ser el peor de la democracia: el de Alberto Fernández. Cada área que manejó este gobierno saliente ha sido dinamitada, logrando que la Argentina esté más cerca de la Venezuela de Maduro como nunca antes.
Alberto deja un país donde, al contrario de lo que ha manifestado, no es que la pobreza esté sobredimensionada, sino que a ese 40% habría que considerarlo más cerca del 50, ya que si se toman como pobres a todos los beneficiarios de planes sociales (lo cual es una definición bastante concreta de lo que es ser pobre), estaríamos hablando de una pobreza sin precedentes, tanto igual o mayor a la crisis de 2001/2002. Y si esta inflación de tres dígitos sigue escalando como todo parece indicar, sin un plan de estabilización la pobreza tampoco dejará de crecer. Por lo tanto, la herencia que recibe Javier Milei es un campo minado, tal vez como nunca en la historia.
Atravesado por la coyuntura de la pandemia, la gestión sanitaria fue un verdadero desastre, no solo por la eterna cuarentena que tantos problemas trajo, por la demora en la compra de vacunas y el robo desalmado de las mismas, sino también porque fue el gobierno que más ha violado los derechos humanos desde 1983 en adelante. El encierro alejó familias, amistades, y además hubo un abuso de las fuerzas coercitivas tratando como delincuentes a ciudadanos de bien que realizaban actividades normales que no acataron el aislamiento.
Pero, así como trataron como criminales a personas de bien, este gobierno fue sumamente gentil y permisivo con los delincuentes de verdad: se anuló el decreto de Macri que impedía la entrada de extranjeros con antecedentes penales; se le quitó las pistolas taser a la policía; no se hizo nada para evitar que un juez militante libere a miles de presos de alta peligrosidad durante la pandemia; los terroristas de la RAM hicieron de las suyas en la patagonia; y tanto el conurbano bonaerense como Rosario se volvieron enclaves del crimen organizado.
El posicionamiento de la Argentina en el mundo que se había logrado bajo el gobierno de Cambiemos se tiró por la borda, alineando al país con las tiranías más despóticas del planeta.
La conectividad que se implementó gracias al arribo de las aerolíneas low cost también se descartó para entregarle los cielos a los sindicalistas de la aviación.
Incluso la degradación moral a la que se sometió a la sociedad argentina habla de los facinerosos que manejaron los hilos de la nación: se quiso instalar que el mérito no importa, como lo han querido en cada chico que hicieron pasar de grado en su escuela sin saber nada; y se hizo explícita la falta de compromiso que este gobierno tuvo por combatir el narcotráfico y la drogadicción, enviando mensajes desde un municipio gobernado por el oficialismo donde se les decía a sus habitantes "Si vas a consumir, andá de a poco", banalizando el consumo de drogas como si fuera un acto más de la vida cotidiana.
Un gran cuestionamiento que quedará por siempre en memoria de los argentinos es hacia la institucionalidad de la figura presidencial. Primero, porque Alberto Fernández se comportó durante la pandemia como un tirano, confundiendo la tarea de gobernar con la de someter. La cuarentena, el incumplimiento de la misma por parte de quien la ordenara, la intervención de Vicentín y la quita discrecional de fondos a la Ciudad de Buenos Aires serán maniobras despóticas a no olvidar. Sin embargo, este Presidente será también recordado por ser un Jefe de Estado sin lapicera, que se comportó como un pusilánime cuando la Vicepresidente antepuso al avance contra la justicia para salvarse de sus causas por sobre los problemas que realmente aquejaban a los argentinos. Los dos peores extremos fueron realidad: un Presidente con más poder del correspondiente, y un Presidente sin poder, con Massa como ministro de economía ejerciendo la presidencia de facto. Un régimen presidencialista desvirtuado, con muchos motivos para que se haya realizado el primer juicio político de la historia argentina.
La imagen de Fernández tratando de ordenar a la multitud con un megáfono en el velorio de Maradona lo dice todo: un gobierno que no fue capaz de resolver nada, con un Presidente perdido, secuestrado en su propia inoperancia. Si no se fue en helicóptero, fue porque el PJ en el poder es una malla de contención. De haber estado otro signo político, un gobierno con estos resultados no habría terminado el mandato. El país sí está estallado, señor Alberto Fernández: su último acto de dignidad en ejercicio de sus funciones debería haber sido reconocerlo. Ni siquiera para eso supo honrar el cargo que ocupó.
Tomás Racki. Politólogo.