El fascismo sanitario consiste en utilizar elementos del fascismo para reducir la totalidad de la vida cotidiana de todos los individuos que componen la sociedad a normas a-culturales e impuestas “desde arriba” para organizar y controlar todos los ámbitos en torno al cuidado del coronavirus. En vez de ser una esfera más de la vida de todos los ciudadanos, esta esfera que compone a la pandemia del Covid se híper-dimensiona, se agiganta y lo captura todo, absorbiendo todas las demás dimensiones de nuestras vidas. Lo que yo llamo “Covid-Centrismo” se vuelve el principal objetivo en todo momento. Todo lo que hacemos, incluso lo que pasa en nuestra intimidad y dentro de nuestras casas, es regulado e inspeccionado por el fascismo sanitario. Un vecino que no trabaja en ningún organismo público y por lo tanto no obedece al Estado municipal, ni provincial ni nacional puede convertirse en el más feroz inspector y denunciador fiel del gobierno. El fascismo sanitario convence, a través del miedo, a que todo aquel que pasa a nuestro lado debe contribuir a la causa, adoptando posturas violentas hacia conductas normales que el fascismo sanitario se encarga de a-normalizar.
Aunque nadie tenga certezas de que cada uno esté o no contagiado, todos deben ser controlados por si acaso, ya que lo único importante pasa a ser el Covid-Centrismo. No le interesa en lo más mínimo al fascismo sanitario si tu comercio se está fundiendo y tu economía se languidece; si tu salud mental necesita de salir de tu casa; si como ciudadano decidís ejercer tus derechos amparados constitucionalmente y querés hacer uso de tu derecho a la circulación; si tus hijos están creciendo con traumas por no poder ver las caras que se esconden tras un barbijo, y están perdiendo años de educación al no poder asistir a la escuela; si necesitás hacer un tratamiento oncológico pero tan solo te permiten ver a tu médico por videollamada, porque la única salud que importa es la del Covid.
Así como el fascismo se nutría de una cultura híper colectivista, anti-individualista y anti-racionalista, donde siempre está orgánicamente presente el concepto de la nación en el eje ideológico, el fascismo sanitario hace un culto a la “salud” (el entrecomillado es porque claramente no abarca a la salud como tal, sino a la salud construida y diseñada a medida del modelo instaurado). La comunidad, para el fascismo sanitario, es anteponer ese concepto fabricado de salud a todo lo existente. El individuo que se pasa de individualista y traiciona los valores dados a la comunidad, es un asesino en potencia o directamente un insensible que prefiere hacer su vida de siempre y no cuidar al prójimo.
Así como el fascismo era una revolución nacionalista transversal a todas las clases sociales, el fascismo sanitario implica una revolución sanitaria, en tanto todos nuestros hábitos se subordinan a la mano de hierro, pasan a estar envueltos en un barbijo tal como nuestros rostros. Si bien las normas sanitarias contra el Covid fueron aplicadas de igual manera a toda la población (excepto para los políticos que las dictan, tal como se verá en el próximo capítulo), y afecta negativamente a todas las clases sociales, sin dudas significan un terrible castigo y alienación para los ciudadanos más humildes en comparación a los más pudientes. ¿Quién puede tolerar más una cuarentena? ¿Una familia que vive hacinada, en una vivienda con poca iluminación y sin balcón, o una familia que vive en un barrio cerrado, con espacios al aire libre? ¿Quién terminó más perjudicado? ¿Un niño que al no tener computadora y conexión a internet ha abandonado el colegio, o los niños que han podido llevar a su casa maestras particulares, que tienen tantas computadoras como habitantes que hay en sus casas y con conexión a internet las 24 horas? Con tan solo pensar en este tipo de casos, no es muy difícil darse cuenta de que las consecuencias negativas de no haber puesto ninguna restricción habrían sido mucho menores que las que terminaron ocurriendo a causa del fascismo sanitario.
Este intercambio del concepto de nación por el de salud es muy esclarecedor para entender el fascismo sanitario, partiendo de la argumentación ya señalada de Sternhell, Szajder y Asheri (1994): aquí el nacionalismo total que pauta criterios de conducta que hacen al organismo colectivo pasa a convertirse en un sanitarismo total. En el sanitarismo total, la verdad, la justicia y el derecho sólo parecen existir para servir a los deseos de quienes organizan este colectivo. Aquí la multitud del pueblo no encarna a la nación, sino a la idea de salud construida. Hubo mandatarios que, sin ocultar sus pretensiones fascistas, pensaron que no solo sus mandatos eran la encarnación de la salud, sino que compaginando este último concepto con el del fascismo original, directamente asociaron a esta idea colectivista de lo sanitario con defender los intereses de la nación. Al fascismo sanitario, como a todo tipo de fascismo, le molesta, y por supuesto detesta, las actitudes racionalistas, intelectuales que se apartan del colectivo. Un fascista sanitario no vacilará en lo más mínimo en señalar a aquellos como unos irresponsables, insensibles y egoístas que no les importan los contagios del virus. Como decía Hayek (1946), la única diferencia entre el comunismo y el fascismo es el fin con el que se organiza a la sociedad, pero tienen más en común de lo que se piensa: ambos modelos apuntan a que un líder o Estado omnipresente anule todas las voluntades individuales a cambio de una única voluntad, que maneja los hilos de todo lo realizado en la sociedad.
(Pp. 36-38. Capítulo 1. El Fascismo Sanitario).
Tomás Racki. Politólogo.