La posibilidad de convertirse en SAD es una interesante oportunidad para muchos clubes del fútbol argentino. Al igual que como ocurre con el RIGI, sectores de la oposición sienten rechazo hacia propuestas donde puedan hacerse negocios,
En su famosa obra Leviatán, el filósofo Thomas Hobbes explica lo que es un derecho: es el poder, la capacidad de una persona de hacer determinadas acciones. Para proteger el derecho a la vida, la ley pena el asesinato. Para cuidar el derecho a la propiedad, el Estado reprime los robos. La línea que separa el cumplimiento de un derecho propio del de un otro puede ser muy delgada: si creemos que cuando hay una necesidad nace un derecho, el financiamiento de esas necesidades por parte del Estado probablemente tendrá costos incalculables. Esos costos siempre alguien los paga, y en contra de su voluntad: nada en este mundo es gratis.
La libertad, junto a la vida y la propiedad, es el derecho más importante que una persona puede tener, y que el Estado debe su existencia para garantizar. Son, de acuerdo a la filosofía iusnaturalista, tres derechos naturales, preexistentes al Estado. Y es por medio de la libertad, que se abren las puertas para decidir qué derechos debemos adquirir y cuáles no. Nadie sabe mejor que uno mismo qué es lo que necesita, y qué recursos destinar para ello. El hecho de obtener beneficios económicos extraordinarios para ciertos actores de la economía amplía no solo los derechos de estos últimos, sino de toda la comunidad que saldrá beneficiada: para el consumidor, que tendrá una mayor oferta; y para los nuevos puestos de trabajo, donde nuevos trabajadores percibirán un salario a cambio de sus funciones.
El recordado plan kirchnerista del Fútbol Para Todos pretendía que la televisación del fútbol argentino sea accesible para toda la población. Sin embargo, aquello obligaba a todos los contribuyentes a financiar un programa de transmisión de partidos sin preguntarles su opinión, y haciendo más pesada la carga del Estado con todo lo que ello implica. La mejor manera de defender el derecho a ver fútbol y los derechos de la comunidad en forma genérica es que cada ciudadano decida por sí mismo qué desea consumir y qué no, accediendo a tal derecho con recursos propios, sin afectar los derechos de los demás (relegando al Estado a funciones básicas como la salud y educación públicas). Eso tiene lugar en una economía que funciona, donde la oferta genera su propia demanda sin intervenciones del Estado que resultan ser distorsionadoras para el mercado. Además, cuando desde el Estado se busca universalizar un servicio haciéndolo accesible para todos, no solo resultan un problema los costos ya mencionados, sino que tal situación es permeable a la manipulación política de la población: Fútbol Para Todos funcionaba como un mecanismo de difusión de propaganda política, lo cual significaba que el gobierno de aquel entonces terminaba utilizando dinero de los argentinos para beneficio propio.
En la Argentina nos hemos acostumbrado a vivir en una ficción, y esta misma ha tergiversado la realidad haciéndonos creer que vivimos rodeados de un paraíso de derechos, cuando es todo lo contrario: se suele creer que vivir con tarifas subsidiadas es brindarnos el derecho a acceder a la electricidad y el gas, cuando al ocurrir esta situación implica que somos tan pobres que somos incapaces de pagar el verdadero valor de la tarifa por nuestros propios medios, volviéndonos dependientes del Estado; un empleado en blanco no tiene el derecho a decidir si desea sindicalizarse o no, ya que el modelo corporativista obliga a los trabajadores a pagar una cuota sindical aunque vaya en contra de su voluntad; un club de fútbol que juega en la primera división no tiene derecho a transformarse en una sociedad anónima deportiva, por más de que así lo quieran sus socios; los sectores exportadores no tienen el derecho a disfrutar del fruto de su trabajo, porque las retenciones los obligan a pagar impuestos que van en contra de su productividad y el cepo cambiario los condena a liquidar a un dólar oficial muy lejano al precio de mercado. Si nos guiamos por la definición de lo que es un derecho, el modelo que rige en nuestro país los restringe, muy lejos de poder ampliarlos.
Louis Althusser, reconocido autor marxista, tenía la teoría de que la estructura (económica) reproduce a la estructura (se reproduce a sí misma): de acuerdo a sus escritos, el modelo capitalista genera pensamientos y acciones que lo hacen reproducirse a sí mismo, impidiendo que los proletarios vean la explotación y se rebelen contra ella. Tomando esta idea, ¿Qué estructura se reproduce en la Argentina? Seguimos teniendo represiones a la libertad de elección bajo el mantra de que se deben ampliar derechos (lo cual es contradictorio), faltas de libertades justificadas en sentimientos de culpa hacia lo que se vincula con los negocios bien habidos. Seguimos atados a estructuras arcaicas que en muchos casos impiden ver el beneficio que podría obtenerse quitando la obligatoriedad de la cuota sindical, así como abrir el juego a que los clubes que así lo decidan puedan dejar de ser sociedades civiles sin fines de lucro. Inculcar la falsa idea de gratuidad en servicios públicos deja de ser otorgar derechos cuando implica aumentar desmesuradamente la presión impositiva sobre el sector privado, ofreciendo desde el Estado un servicio que podría ofrecer el mercado en una mejor forma y abundancia, con clientes capaces de contratarlo en forma particular.
Cuando se pone el grito en el cielo contra la posibilidad de que los clubes puedan convertirse en sociedades anónimas deportivas, se argumenta falazmente que el capitalismo va a robarse el fútbol, o que eso no tiene que pasar porque el fútbol es de los hinchas. ¿Acaso los hinchas no disfrutan el fútbol en las mejores ligas del mundo donde casi todos los clubes son manejados por grupos empresarios? Para muchos clubes argentinos que tienen dificultades para retener o contratar jugadores, o que no cuentan con instalaciones deportivas adecuadas, la llegada de capitales privados sería un alivio.
El fútbol es un producto capitalista por excelencia: mueve infinidades de negocios, de contratos multimillonarios, y las inversiones logran que el producto sea cada vez mejor, teniendo un fútbol de mayor calidad. Y está bien que así sea, porque si se ha convertido en un gran producto, es porque la gente lo ha elegido por encima de muchos otros deportes. Que los socios tengan la libertad de poder optar por seguir con el modelo vigente o que sus clubes pasen a ser gerenciados por grupos empresarios amplía derechos, no los restringe. Si suele decirse que donde hay una necesidad nace un derecho, ¿Por qué no se respeta el derecho de los socios de clubes que sienten la necesidad de convertirse en sociedades anónimas deportivas?
Tomás Racki. Politólogo.