En su libro llamado "El fútbol a sol y sombra", Eduardo Galeano habla sobre un fútbol que dejó de ser un juego, donde ya no se juega por el hecho de jugar y ganar, sino que la victoria o la derrota están condicionadas por un sinfín de negocios que, en palabras de futbolistas reconocidos a nivel internacional, hacen que su trabajo no se disfrute tanto. Pero el fútbol no sufrió una única metamorfosis (de juego a negocio), sino que influído por la idiosincrasia de cada país, tiene la cara multifacética de ser un negocio violento. El fútbol es plata, y también violencia. También es política, y también es una pasión, sin lugar a dudas. Pero la pasión, que hace que este deporte sea único en el mundo, es muy diminuta al lado de la mafia y la violencia que hacen que la pelota se vea manchada con sangre.
Gallardo declaró luego de la primer suspensión (el día sábado) que esto "nos deja expuestos como sociedad". Lo cual es cierto, pero a su vez injusto, porque si bien el fútbol argentino se encuentra contaminado por la incivilización de los barrabravas (y que no solo quedó en evidencia ante los ojos del mundo por esta final continental, sino que también había sucedido en la deportación de varios argentinos durante el mundial de Rusia), también en los estadios de fútbol y en grandes rincones del país pueden encontrarse personas civilizadas, con respeto hacia el prójimo y que no vive la vida con una lógica de guerra, donde el que piensa distinto o se siente identificado de otra manera es un enemigo. Pero por supuesto que las noticias son noticias por ser algo fuera de lo normal: una noticia es un auto que pasa con el semáforo rojo y choca produciendo heridos o muertos, y no la gran cantidad de autos que manejan correctamente y pasan desapercibidos a la vista de todos. Pero como una cantidad (que no necesariamente debe ser la mayoría) genera anormalidades que impactan por sobre todo lo normal y refleja una imagen (en este caso, la violencia en el fútbol) haciendo que ya nada sea normal, debe atacarse esa parte de la estadística que se sale de lo norma, que mejor dicho, carece de normas básicas, si se quiere hacer justicia por todo el resto que no se merece el destino que provocan unos "inadaptados", la única palabra bien utilizada por el presidente de la Conmebol.
Si fue una venganza del barrabrava cuya casa fue allanada, si hubo zona liberada, si eran barras o no; todo está por verse. Pero lo que no necesita demasiado raciocinio para ser evidente es que los cientos de personas que agredieron al micro de Boca deben su identificación con River a disfrutar del mal provocado a los hinchas o jugadores del eterno rival. En los partidos se establece una ritualización muy importante, ya que alentar con cánticos al club propio e identificándose con la propia parcialidad con la camiseta genera un sentido de pertenencia que diferencia un "nosotros" de un "ellos" (lo mismo puede ocurrir con la religión o temática de cualquier índole). Pero cuando la ritualización incluye considerar al "ellos" como un enemigo y es parte de la identidad atacarlo, estamos ante un comportamiento enfermizo, que no contempla que el otro tiene derecho a tener otra identidad, y que no por eso no merece respeto.
El video viralizado de una madre ocultando bengalas en la pansa de su hijo; el video que también circuló de hinchas de River revoleando y maltratando a un perro (o el cadáver de un perro); la entrevista a D'onofrio que termina en corridas; los disturbios y arrebatos en las inmediaciones del Monumental; todos estos acontecimientos, entronados por las agresiones a la delegación de Boca, encuadran lo que en verdad es esta final: es locura, violencia, inhumanidad. El fútbol dejó de ser un juego, y está muy lejos de serlo.
Ahora el partido es lo que menos importa. Fue tan brusca la imagen real del fútbol argentino en esta final que degenera al fútbol en lo que en verdad es: ahora el ganador se definirá de forma totalmente desvirtuada y desnaturalizada. Si se juega, sin importar en donde se juegue ya no va a ser lo mismo, y sino va a definirse fuera de la cancha, donde el fútbol se encuentra más simbolizado, porque ya no es únicamente lo que pasa en el campo de juego, y cada vez más está dejando de ser un deporte para convertirse en sentimientos desalmados. Tomando como referencia lo ocurrido en el 2015, el campeón debería ser Boca, ya que lo ocurrido sobrepasa a lo acontecido en aquel entonces: por cuestión de fortuna no hubo heridas irreparables y no hubo muertos. ¿Pero qué hincha puede festejar una copa que no se ganó la cancha? Y si la gana alguien en la cancha, sinceramente es lo que menos importa, ahora lo más importante es que no muera nadie, porque esto no es un juego.