martes, 27 de noviembre de 2018

HACE MUCHO TIEMPO QUE EL FUTBOL DEJO DE SER UN JUEGO

El presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, manifestó en declaraciones hacia los medios de comunicación que "esto pasa por culpa de unos inadaptados", que no comprenden que el fútbol es "un juego; es alegría y felicidad; no esto". Tomando los dichos del titular de la incompetente organización que engloba al fútbol sudamericano, sus palabras son apropiadas para el contexto y agradables en lo discursivo, pero totalmente falsas en la realidad efectiva de los hechos. ¿Si el fútbol es un juego, porqué la Conmebol y la FIFA no resolvieron rápidamente la suspensión y postergación del encuentro a sabiendas de que había futbolistas de Boca lastimados, en vez de forzar a Boca a jugar el partido priorizando el negocio y la ganancia que implican un espectáculo de tal magnitud a nivel mundial por sobre la salud de un grupo de seres humanos? 
 En su libro llamado "El fútbol a sol y sombra", Eduardo Galeano habla sobre un fútbol que dejó de ser un juego, donde ya no se juega por el hecho de jugar y ganar, sino que la victoria o la derrota están condicionadas por un sinfín de negocios que, en palabras de futbolistas reconocidos a nivel internacional, hacen que su trabajo no se disfrute tanto. Pero el fútbol no sufrió una única metamorfosis (de juego a negocio), sino que influído por la idiosincrasia de cada país, tiene la cara multifacética de ser un negocio violento. El fútbol es plata, y también violencia. También es política, y también es una pasión, sin lugar a dudas. Pero la pasión, que hace que este deporte sea único en el mundo, es muy diminuta al lado de la mafia y la violencia que hacen que la pelota se vea manchada con sangre. 
 Gallardo declaró luego de la primer suspensión (el día sábado) que esto "nos deja expuestos como sociedad". Lo cual es cierto, pero a su vez injusto, porque si bien el fútbol argentino se encuentra contaminado por la incivilización de los barrabravas (y que no solo quedó en evidencia ante los ojos del mundo por esta final continental, sino que también había sucedido en la deportación de varios argentinos durante el mundial de Rusia), también en los estadios de fútbol y en grandes rincones del país pueden encontrarse personas civilizadas, con respeto hacia el prójimo y que no vive la vida con una lógica de guerra, donde el que piensa distinto o se siente identificado de otra manera es un enemigo. Pero por supuesto que las noticias son noticias por ser algo fuera de lo normal: una noticia es un auto que pasa con el semáforo rojo y choca produciendo heridos o muertos, y no la gran cantidad de autos que manejan correctamente y pasan desapercibidos a la vista de todos. Pero como una cantidad (que no necesariamente debe ser la mayoría) genera anormalidades que impactan por sobre todo lo normal y refleja una imagen (en este caso, la violencia en el fútbol) haciendo que ya nada sea normal, debe atacarse esa parte de la estadística que se sale de lo norma, que mejor dicho, carece de normas básicas, si se quiere hacer justicia por todo el resto que no se merece el destino que provocan unos "inadaptados", la única palabra bien utilizada por el presidente de la Conmebol. 
 Si fue una venganza del barrabrava cuya casa fue allanada, si hubo zona liberada, si eran barras o no; todo está por verse. Pero lo que no necesita demasiado raciocinio para ser evidente es que los cientos de personas que agredieron al micro de Boca deben su identificación con River a disfrutar del mal provocado a los hinchas o jugadores del eterno rival. En los partidos se establece una ritualización muy importante, ya que alentar con cánticos al club propio e identificándose con la propia parcialidad con la camiseta genera un sentido de pertenencia que diferencia un "nosotros" de un "ellos" (lo mismo puede ocurrir con la religión o temática de cualquier índole). Pero cuando la ritualización incluye considerar al "ellos" como un enemigo y es parte de la identidad atacarlo, estamos ante un comportamiento enfermizo, que no contempla que el otro tiene derecho a tener otra identidad, y que no por eso no merece respeto. 
 El video viralizado de una madre ocultando bengalas en la pansa de su hijo; el video que también circuló de hinchas de River revoleando y maltratando a un perro (o el cadáver de un perro); la entrevista a D'onofrio que termina en corridas; los disturbios y arrebatos en las inmediaciones del Monumental; todos estos acontecimientos, entronados por las agresiones a la delegación de Boca, encuadran lo que en verdad es esta final: es locura, violencia, inhumanidad. El fútbol dejó de ser un juego, y está muy lejos de serlo. 
 Ahora el partido es lo que menos importa. Fue tan brusca la imagen real del fútbol argentino en esta final que degenera al fútbol en lo que en verdad es: ahora el ganador se definirá de forma totalmente desvirtuada y desnaturalizada. Si se juega, sin importar en donde se juegue ya no va a ser lo mismo, y sino va a definirse fuera de la cancha, donde el fútbol se encuentra más simbolizado, porque ya no es únicamente lo que pasa en el campo de juego, y cada vez más está dejando de ser un deporte para convertirse en sentimientos desalmados. Tomando como referencia lo ocurrido en el 2015, el campeón debería ser Boca, ya que lo ocurrido sobrepasa a lo acontecido en aquel entonces: por cuestión de fortuna no hubo heridas irreparables y no hubo muertos. ¿Pero qué hincha puede festejar una copa que no se ganó la cancha? Y si la gana alguien en la cancha, sinceramente es lo que menos importa, ahora lo más importante es que no muera nadie, porque esto no es un juego.

lunes, 12 de noviembre de 2018

BOCA 2 RIVER 2: EL PODER DE FUEGO QUE NO QUEMO

Esta final de Libertadores única en la historia es, a su vez, una posibilidad histórica para que Boca le haga saber al mundo su supremacía como el más grande de la Argentina y de los más gigantes del mundo: afianzar su paternidad con River ganándole el superclásico más importante, y también llegar a la séptima copa, igualando a Independiente como el más campeón de América. Un superclásico es distinto a todos los clásicos del mundo: el ganador no solo está feliz por la victoria, sino que puede gozar del sufrimiento del otro. Por ese motivo Boca puede gozar durante toda la eternidad del descenso de su archi-rival, y el que conquiste esta Libertadores va a poseer la licencia para festejar durante toda la posteridad.
 La estrategia de Gallardo fue efectivamente superadora en gran parte del primer tiempo, entrenador que, vale destacar, fue justamente suspendido luego de una actitud reveladora y soberbia contra las reglas, obteniendo el disciplinamiento debido (en palabras de Focault, la vigilancia y las reglas se imponen con el objetivo de crear subjetividades útiles para el sistema, y en un tercer mundo como Sudamérica destacado por el fracaso de los aparatos de normalización a la hora de evitar la inseguridad y la transgresión a la norma, la Conmebol debía dar una muestra de carácter a la hora de imponer un orden infaltable de acuerdo a los ojos del mundo y al prestigio de la competencia). La estrategia fue superadora porque hizo que River merezca el gol antes que Boca. Haber jugado con cinco defensores no implicó que el visitante haya salido a defenderse, sino todo lo contrario: los tres zagueros le permitieron a River salir desde el fondo ejerciendo superioridad numérica ante la fría presión en soledad de Abila, para luego jugar con Palacios y Martínez flotando en la zona de los interiores de Boca y abriendo a Montiel y Casco, posibilitando la utilización de todo el campo de juego y ganando los duelos individuales. En el campo de juego se interioriza la exterioridad y se exterioriza la interioridad (aludiendo a la teoría de Bourdieu sobre cómo influye el Hábitus en el comportamiento de las personas dentro de cualquier campo de la vida), es decir que lo colectivo influye para potenciar o empeorar lo individual y una individualidad aporta al juego colectivo. River supo hacer figura a Rossi porque además de su disposición táctica, ganó los duelos individuales a partir de un apoyo colectivo que se retroalimentó de las decisiones individuales: Perez, Barrios y Nandez no supieron como tomar a los futbolistas rivales, que los superaron en el medio campo, y Montiel y Casco recibieron llegando al vacío en más de una oportunidad, sumado a que Pratto, cuando se inclinó por el sector izquierdo, generó un desierto por la posición de Jara (un desierto por la incapacidad del lateral de Boca para controlar su sector). 
 Aunque Palacios no tuvo el despliegue que suele tener, Martínez volvió a ser un dolor de cabeza para el xeneize: tal vez ese sea el factor que le haya faltado a los de Guillermo: un futbolista que vea la camiseta de River y huela sangre. Mientras el ex enganche de Huracán se hace protagonista en los superclásicos, Pablo Pérez no puede sostener su garra y claridad durante estos partidos tan trascendentes. 
 La esperanza de Boca está en su poder de fuego: no necesita elaborar demasiado para llegar al gol, porque tiene jugadores con una capacidad formidable para convertir. Así lo demostraron Abila y Benedetto, que pusieron a Boca dos veces en ventaja. Pero mientras Boca no esté sólido defensivamente (tanto por errores individuales como por el advenimiento rival en la mitad de la cancha, la zona vital en donde se explican muchas variables de un partido) y seguro desde lo mental (porque el hecho de que Pratto haya empatado el partido después de que River saque del medio es un síntoma de la distracción y la fuerza psicológica que se vislumbran en Boca y River, respectivamente), ese poder de fuego no va a quemar. Es una llama que se mantiene prendida por unos instantes y después se apaga. Cuando Boca tenía el resultado a favor en un segundo tiempo controlado, ya que, paradójicamente, la lesión de Pavón le permitió jugar con más firmeza y conteniendo en mayor medida las iniciativas rivales (pasó a jugar con un 4-4-2 con Villa por izquierda y dos centro-delanteros), era hora de enfriar el partido y jugar con la desesperación de River, pero el equipo local cometió una infracción que le permitió a Martínez sacar a relucir su pegada y ocurrió la desgracia del gol en contra. 
 River, que ya no adoctrinaba la mitad de la cancha como antes, resignó un defensor para poblar más el medio con Fernández, y Boca descartó la posibilidad de desbordar por las bandas sacando a un Villa exhausto por Tevez, una modificación razonable porque si había algo que le faltaba a Boca era conexión con los dos delanteros, y Carlitos podía cumplir ese rol en la transición de defensa a ataque. Casi le sale perfecto a Guillermo, pero Benedetto no pudo con Armani. 
 Puede decirse que ahora el problema lo tiene Boca, ya que no pudo sacar una ventaja como local, y que luego de haber ganado todos sus partidos en la Bombonera sin que le conviertan goles desde octavos de final, no le encontró la vuelta a River. Pero es una final, es fútbol, es un superclásico, y la serie está totalmente abierta. 
 El fútbol es tan poco lineal que, algunos recordaran la final que Boca no pudo con Palmeiras en la Bombonera (empate 2-2) y que lo terminó consagrando por penales en Brasil; mientras que más cercano en el tiempo, otros se acordarán que en los goles que erraron Cvitanich y Viatri sobre el final en el partido de ida de la final en el 2012 estuvo la suerte de campeón del Corinthians. Esto es fútbol y el futuro es indescifrable. En definitiva, eso es lo que hace lindo a este deporte. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

PALMEIRAS 2 BOCA 2: LA CUSPIDE DEL FUTBOL

Decir que Boca se preocupa por Boca y que le es indiferente el rival que le toque en la próxima fase es una frase correcta para enfatizar en la concentración y objetividad (que no existe) que debe encalzar un profesional de tal magnitud, pero es incuestionable que a los integrantes del plantel nunca les va a dar lo mismo jugar una final de Copa Libertadores con River o con cualquier otro rival. Boca jugaba sabiendo que River lo esperaba en la final. Y por el hecho de acceder a la cúspide del fútbol, por más de que ganen o pierdan, este técnico y estos jugadores ya quedaron en la historia. Quedar en la historia negra o gloriosa del club va a depender del resultado, pero desde que se creó este deporte en 1863, nunca se jugó un partido semejante: eso los hace entrar de por vida en la historia imborrable no solo del fútbol, sino del deporte en general. Si el Boca-River en la Bombonera es considerado el quinto espectáculo deportivo que uno no puede no ver antes de morir, esta final va a ser el espectáculo que requiere que todos los muertos resuciten para poder verla. 
 Si el VAR se inventó para que no ocurran injusticias y que los ganadores sean los que merecen serlo por hechos fácticos (si una jugada fue penal, que se cobre; y si un gol no debe haber sido convalidado, que se retrotraiga la acción), llegó a buen tiempo a esta edición de la Copa: River terminó clasificando por un penal que de no haberse implementado esta herramienta tal vez nunca se hubiese visto, y en el duelo entre Palmeiras y Boca se le impugnó un gol tempranero a los brasileños que los hubiera dejado a tiro para empatar la serie, aunque nunca se sabe qué hubiese pasado. 
 Dejando claros estos componentes indispensables para el análisis, es primordial resaltar la avidez de Boca para llegar a la final: con Villa en lugar de Zárate, Guillermo jugó permanentemente al mano a mano ante la desesperación del Palmeiras por ir al frente, que fue contraproducente al dejar a los volantes centrales muy aislados al amparo de la velocidad de Villa y Pavón. En un esquema o formación como el que presentó Scolari, los dos medio-centros son lo que le dan forma a la estructura de su alineación: si no están bien ubicados y si no se ocupan bien los espacios en su zona, el equipo queda partido. Que Villa sea una variante más por los costados y que para desbordar no se dependa únicamente de Pavón es un alivio para el xeneize, que enfoca a sus tres volantes en la tarea del despliegue sin la necesidad imperiosa de desgastarse llegando al área rival. 
 Luego de la inspiración de Benedetto en el partido de ida, la dupla técnica de Boca optó por mantener a Abila como centro-delantero. Fue una decisión acertada porque en un partido en el que el contexto podía ser similar al jugado en Belo Horizonte frente a Cruzeiro, el ex Huracán es clave para darle aire a Boca aguantando de espaldas entre los centrales, ejerciendo una tarea desgastante desde lo físico en un partido en el que se podía liquidar la serie convirtiendo un gol pero que también era necesario soportar, donde el tiempo debe ser el mejor aliado. 
 Los goles de Palmeiras fueron parte de su ímpetu por lograr la hazaña y por ciertas impericias de Boca que lo sometieron a cometer errores dentro del área. Pero lo positivo es que el conjunto auriazul siempre tuvo la serie bajo su control y que desde octavos de final siempre ganó todas las series de principio a fin, comprendiendo y aprovechando a la perfección los componentes que conforman una serie mano a mano: la localía y la condición de visitante. El equipo de la ribera llega a la finalísima teniendo siempre las series bajo buen examen los 180 minutos y haciéndose fuerte en ambas circunstancias: marcando por duplicado de local, donde todavía no le hicieron goles; y siempre convirtiendo de visitante, aunque en la final no se aplica la regla del gol de visitante que tanto vale en las rondas anteriores. 
 De cara a la primer final, tal vez sea momento de contar con la calidad de Benedetto desde el primer minuto, ya que el ex Arsenal puede ser fundamental para hacer la diferencia y comenzar con ventaja en el partido de ida. Ya volvió a ser el Benedetto de selección antes de que se lesionara: es tal su ambición por convertir que desde el momento en que Pablo Pérez le pasó la pelota, ya tenía pensado acomodarse para rematar. Una de las cosas que hace a un futbolista mejor que otro es la forma de parar la pelota: alguien que acomoda el balón ganando un tiempo o de tal forma que le impide al rival su intercepción es un futbolista que entiende e implementa a la perfección el juego. Benedetto es uno de ellos. En palabras de Riquelme, la forma de parar la pelota puede hacer ganar o perder un partido. 
 En tiempos en donde el fútbol argentino se normalizó luego del período de crisis de los grandes (entre el 2008 y 2013 descendieron River e Independiente; Racing y San Lorenzo jugaron la promoción; y Boca, luego de salir de mitad de tabla hacia abajo en los años 2009 y 2010 fue salvado por Falcioni de seguir el mismo destino), estamos viviendo momentos apasionantes, que es lo que hace hermoso a este deporte: que no es solo un deporte, es también una pasión, un espectáculo que lo hace parte de la cultura y la idiosincrasia argentinas, que genera un sentido de pertenencia y una identidad. No es lo mismo que lleguen a la final Boca y River que Lanús y Banfield por la magnitud y revuelo que se genera. Esta sensación indescriptible es lo que hace del fútbol uno de los componentes que como bien marcó el presidente de la Nación hace poco, puede deprimir a gran parte de la población por un tiempo considerable. Es correcto decir que el fútbol argentino se normalizó porque de acuerdo a la convocatoria que se traduce en recursos económicos que tienen los cinco grandes, lo normal es que estos sean el atractivo de las competiciones. Desde que River volvió de la B Nacional, ambos jugaron una final (Boca en el 2012, y River en el 2015, con la diferencia de que los de Gallardo fueron campeones) y una semifinal cada uno (Boca en el 2016 y River en el 2017). Esta final puede marcar quien es el galardonado por la hegemonía.