viernes, 28 de agosto de 2020

CUENTO: EL MERCADO DE FRUTAS

 En la profundidad de una selva donde sólo habita vida silvestre y vegetación, lejos de la civilización y del clima contaminado de las ciudades cosmopolitas, una comunidad de animales se organiza para que a nadie le falten los recursos que brinda la naturaleza. Los monos son la especie más avanzada e inteligente, y en la zona más exclusiva de la selva, pasando un pantano y distintos ríos es donde se encuentra el mercado de frutas: un sistema de intercambio donde todos salen ganando, ya que los monos son los que trabajan recolectando las frutas, y cada uno luego vende los frutos que recolectó a otros animales a cambio de servicios que estos ofrecen. El mercado es una gran cueva con distintos pisos de altura, donde en cada rincón hay troncos de árbol donde los monos guardan sus frutas que esperan ser vendidas. Los osos hormigueros son grandes clientes: ellos compran frutas a cambio de comerle a los monos las hormigas que caminan por su pelaje. 
 Lejos del mercado, distanciado por múltiples ríos, cascadas y pantanos muy peligrosos, habita una comunidad de monos nómades que aspiran a llegar al mercado de frutas para hacerse de un puesto donde negociar sus frutas recolectadas. Polimeko es un joven mono que presenta grandes habilidades: es ágil para trepar, rápido para desplazarse, perspicaz para captar peligros y oportunidades, y además tiene una corpulencia admirable para entrenarse día y noche: nadie duda de que puede ser capaz de triunfar en el mercado de frutas, recolectando todas las mejores frutas posibles para venderlas a los clientes más exclusivos de toda la selva. 
 Polimeko forma parte de una camada jóvenes monos que apuntan a llegar al mercado de frutas para seguir desarrollándose como homínidos: en la parte de la selva donde viven no hay tantos recursos y especies de animales; en cambio en el mercado de frutas los espera toda una vida de relaciones intra-especie y habilidades nuevas por delante. 
 Polimeko nunca pensó que un día se despediría de sus amigos tan rápido:
 -Polimeko: creo que ya estoy maduro para ir al mercado. Me motiva mucho este desafío.
 -Parmánado: yo también estoy muy emocionado. Mañana por la tarde voy a estar llegando al mercado de frutas. No veo la hora de llegar.
 -Polimeko: ¿Pero cómo?¿Mañana a la tarde? El mercado de frutas está muy, muy lejos... No vas a poder escalar las montañas, viajar en las lianas, saltar las aguas tan rápido. 
 -Parmánado: No, Polimeko. No voy a tardar más de un día porque voy a cruzar el pantano con los cocodrilos, ya tengo todo arreglado. 
 -Polimeko: Ha, cierto, vos eras amigo de esos...
 Al oír la conversación se acercan otros monos, que cuentan cómo van a llegar al mercado.
 -Sermónodo: Mira vos. A mí me va a llevar nada más que dos horas. Me lleva un águila volando. Es una amiga de mi primo.
 -Queráclato: Yo voy a estar llegando a la madrugada. Me lleva una manada de elefantes, amigos de mis padres. Corriendo son más rápidos que una gacela. Y allá en el mercado ya tengo todo el puesto instalado, voy a laburar con mi hermano que está allá hace un año.
 -Sermónodo: ¿Y vos Polimeko, cómo vas a llegar? 
 -Polimeko: Y no sé, qué se yo. Yo iré por mi propia cuenta.
 -Queráclato: Estás loco, es re lejos. No vas a llegar más. Aparte es peligroso, mirá si te morís de hambre en el camino. 
 -Parmánado: Bueno Polimeko, pensalo, capaz más adelante se presenta una oportunidad para llegar. Vos sos el más capaz de todos nosotros pero no hagas cagadas, si te mandás solo tal vez nunca llegues. Yo parto mañana, seguro en algún momento nos veremos allá.
 Había llegado el día de mañana y Polimeko quería partir sea como sea al igual que sus amigos. Al fin y al cabo, él era el mono con más habilidades, no podía quedarse atrás mientras todos sus amigos llegaban al mercado de frutas.
 Polimeko emprendió el camino hacia el futuro que él tanto esperaba: convertirse en un exitoso mono en el mercado de frutas. Para ello debía cruzar toda la selva.
 Al llegar a un pantano lleno de cocodrilos, Polimeko sintió que le temblaban las piernas: si se metía a nadar, un cocodrilo se lo podía comer. Pero Polimeko recordó cómo su amigo Parmánado iba a llegar por el pantano gracias a los cocodrilos, así que se atrevió a consultarle a un cocodrilo mientras un pajarito le limpiaba los dientes:
 -Polimeko: Señor, disculpe, yo tengo que llegar al mercado de frutas, alguno de ustedes podría...
 -El cocodrilo: ¿que hacés acá nene, a vos quién te conoce? Te van a comer vivo.
 -Polimeko: Pero un amigo mío...
 -El cocodrilo: Ha, sí, ese mono que pasó hace un rato. Ese es amigo del jefe, a ese lo ayudamos. Pero a vos no te conoce nadie, no tenés nada que hacer acá.
 Polimeko no se desilusionó y decidió escoger otro camino: eligió llegar por la zona de los montes. 
 Escalando una montaña Polimeko vió un águila que volaba cerca. Polimeko pensó que tal vez una de esas lo ayudaba a subir, pero cuando vio cómo el pájaro se aproximaba de forma amenazante, Polimeko se inclinó para atrás y aunque cayó al suelo muy adolorido, hubiese sido peor quedarse arriba mientras era desgarrado por las garras del pájaro.
 -Polimeko: casi me mata esa conchuda. Pero safé. Si no se puede llegar por los montes y los pantanos lo voy a hacer por el llano, aunque tarde más. Yo voy a llegar.
 Polimeko pasó días caminando sin parar, pensando en sus amigos que con la ayuda de otras especies ya habían llegado y estaban trabajando en el mercado. Los otros monos no tenían las condiciones físicas de Polimeko, pero con la mano que le daban otros animales, todo se hacía más fácil.
 Un día Polimeko no dió más de caminar. Cayó desplomado, mientras un león pasaba por al lado suyo, y el pobre mono pensaba qué bien le vendría que un felino tan fuerte le de una mano, una simple ayuda que le permita llegar. 
 Polimeko no pudo llegar al mercado de frutas. A pesar de sus grandes habilidades, el camino era muy largo y duro para hacerlo por sus propios méritos. Polimeko tenía todo para triunfar, pero pereció por el simple hecho de no conocer a nadie.

martes, 18 de agosto de 2020

EL 17 DE AGOSTO: EL PEDIDO POR UN PAIS LIBRE Y REPUBLICANO

El 17 de octubre de 1945 miles de personas fueron a la Plaza de Mayo en apoyo a la liberación de un líder que supo cómo persuadir a las masas: durante esa época la radio era un gran instrumento utilizado por la política, y sobre todo por líderes carismáticos que hacían un culto al personalismo. La historia demostraría que el culto a un líder suele terminar avasallando los derechos individuales, como fue el caso del general Perón, quien en aquel 17 de octubre habría logrado dar comienzo al movimiento peronista y legitimar la continuidad de un gobierno de facto y autoritario por medio de las elecciones que lo darían como ganador frente a la Unión Democrática. 
 El 17 de agosto de 2020 se dio en toda la Argentina un reclamo espontáneo y auto-convocado por la gente, con las redes sociales como principal instrumento de convocatoria (ahora a la radio solo le tocaría relatar lo que ocurre, sin ser el principal mecanismo transformador de la realidad), y con la consigna de reclamar por la libertad de los mismos participantes, sin ser guiados por ningún tipo de líder. Es el repudio a los políticos tradicionales lo que moviliza a la gente, que quiere ser la protagonista de la historia y no limitarse a esperar a que sus representantes elegidos por medio del voto actúen por ellos. 
 En este 17, pero de agosto, y del 2020, en memoria de otro general, el que hizo un culto a la libertad, el General José de San Martín, libertador de las guerras de la independencia, distintos mensajes hicieron eco del hartazgo social hacia una clase política que le arrebató a la ciudadanía esa libertad reclamada. Sin centralizarse en un foco homogéneo de reclamos, y de forma pacífica y con los cuidados necesarios en el contexto de la pandemia, las manifestaciones en distintos puntos del país fueron con distintos objetivos: no a la reforma judicial; no a la caída estrepitosa de la economía; no al cierre de escuelas; no a la inseguridad; no al atropello de las instituciones y una cuarentena eterna e injustificada. 
 Después de ver por las noticias las desapariciones y asesinatos de civiles por parte de la policía a causa del simple hecho de no cumplir con el confinamiento, una gran parte de la sociedad canalizó en la convocatoria una forma de expresar un mensaje: ese mensaje es que la sociedad no va a dejar que se pierdan sus derechos tan fácilmente; que no se tolera ser perseguido por las fuerzas de seguridad por pasear un perro o salir a remar en un bote, mientras la vicepresidente avanza con una ley que viola la independencia del poder judicial: como diría Jean Jacques Rousseau, el padre del Contrato Social, una ley debe emanar de la voluntad general, teniendo como fin un objetivo general, porque el único bien existente en un pacto social es el bien común, y cuando las voluntades particulares se distancian de la voluntad general y apuntan a objetivos individuales, la ley pierde la fuerza del pacto que la hace posible. La reforma judicial impulsada por el oficialismo tiene un costo económico totalmente irracional de pagar; beneficia únicamente al kirchnerismo ampliando la cantidad de jueces federales para nombrar magistrados afines al poder y no afecta en lo más mínimo las deudas que tiene la justicia con la sociedad (entre ellas, castigar en forma debida a los delincuentes). La única beneficiada con la reforma es la vicepresidente: la ley no tiene nada que ver con la voluntad general, sino con una voluntad totalmente individual. 
 En un contexto de pérdida de las libertades, el virus es una gran herramienta política para los gobernantes: resulta ser una gran oportunidad para negarle a la gente el derecho de salir y manifestarse, utilizando el recurso de la muerte con la complicidad de muchos infectológos, que ven en la opción de encerrarse una solución maestra, en vez de optar por la responsabilidad ciudadana, el cuidado individual y una cuarentena inteligente para los grupos de riesgo. En años anteriores la ocupación de camas de terapia intensiva estuvieron en un nivel similar; cerca de 30.000 personas mueren por año en la Argentina a causa de neumonía y gripe; millones de personas mueren por año en todo el planeta producto del cáncer; y así podrían nombrarse otras causas de mortalidad iguales o más letales que el coronavirus. Sin embargo, las cifras de la actual pandemia son utilizadas para sembrar el terror e instalar la idea de que todo lo que ocurre es por el bien de la salud. 
 Utilizar las cifras de muertos por el coronavirus se volvió una estrategia política de control social, ejerciendo el control sobre las actividades y horarios de las personas, ignorando las graves consecuencias que la cuarentena trae para otros asuntos vinculados a la salud, además de provocar una catástrofe económica y educativa. 
 A pesar de los pésimos resultados educativos de la Argentina en cada año transcurrido, en todo el 2020 se han mantenido las escuelas cerradas sin ningún intento por aplicar protocolos, lo cual refleja el escenario que se ilustra en este entramado oscuro de la cima del poder: la gente encerrada, sin poder trabajar, con más de la mitad de la población dependiendo del empleo público y subsidios del Estado, y por si fuera poco, un pueblo poco educado. Una proyección a futuro que le da al kirchnerismo un escenario perfecto para pauperizar a la sociedad y salir impune de todas las causas de corrupción. 
 Pero si la gente se manifestó sin un portavoz, es porque la oposición tampoco ejerce un contrapeso suficiente: Rodríguez Larreta ha sido partícipe de cada violación de los derechos y garantías constitucionales, incluso discriminando a los adultos mayores en la Ciudad de Buenos Aires, dictando un decreto que prohibía su circulación por el único "pecado" de ser gente mayor, de forma totalmente arbitraria y sin razonabilidad legal. No es exagerado afirmar que desde el 18 de marzo se produjo un auto-golpe de Estado, usurpando desde el poder ejecutivo nacional a los demás poderes y violando la Constitución Nacional: el presidente dicta decretos a gusto del poder; el poder legislativo se reúne por videoconferencia sin participar ni debatir sobre la pertinencia de la restricción de las libertades; y el poder judicial no funciona más allá de haber fallado en contra de la intervención de Vicentín, no hay un juez que dicte la inconstitucionalidad de los decretos presidenciales que incumplen con el artículo 14 de la ley suprema, y este poder corre el peligro de ser reformado. La utilización dialéctica de la medicina y la amenaza de un virus no pueden ser motivo para la implantación de un gobierno de facto en un país que desea ser libre. Si en el peor momento de la pandemia se empiezan a permitir actividades que antes permanecieron prohibidas con un menor número de casos se debe a dos motivos: nunca debieron haber estado prohibidas, y los que tienen el poder hacen con la libertad de la gente lo que se les antoja, sin ningún control. 
 El virus no sólo trajo una "anormalidad" vinculada a la necesidad de establecer protocolos y cumplir el distanciamiento preventivo junto con todos los cuidados necesarios. La vida completamente anormal que nos toca vivir se asocia también con la criminalización de gente de bien que lo único que desea es salir a trabajar, verse con seres queridos y practicar deportes; donde los asesinatos en medio de abusos policiales producto de no cumplir la cuarentena vislumbran el Estado de Sitio no declarado, es decir, la usurpación ilegal del poder público; mientras que la delincuencia parece ser uno de los trabajos "esenciales" que tienen permiso de circulación. 
 Una sociedad entabla relaciones sociales por medio de un complejo sistema de símbolos que es el lenguaje, y donde muchas veces la clase política ignora que la comunicación no es siempre desde la cúspide gubernamental hacia los representados (con decretos, conferencias de prensa o cadenas nacionales), sino también desde el pueblo hacia el poder: el día de ayer se emitió un mensaje. La sociedad habló, con carteles, expresiones y con su simple presencia y movilización en cada plaza del país, a pesar de que el Presidente haya emitido un decreto que penaliza las reuniones sociales y muchos médicos afines hayan querido asustar con que muchos iban a contagiarse. 
 En este 17 de agosto, en memoria del General José de San Martín se reivindicó la libertad, y se pidió por la verdadera justicia social: no la que le quita a los que supieron generar riqueza honestamente, sino la que es realmente justa: la que debe quitarle la riqueza mal habida a los políticos corruptos para devolvérsela a la gente, la que premie la meritocracia y no a los acomodados en el Estado que ganan sueldos irrisorios, como Zaffaroni cobrando 800.000 pesos de jubilación; ex presidentes y vicepresidentes cobrando pensiones millonarias; y prácticas de nepotismo donde un chico de 20 años que da una imagen patética de aberración del lenguaje gana 180.000 pesos (véase la conferencia donde un funcionario de tal edad dice "les pibis"). Los ideales no fueron los de una "independencia económica" que nos aleja del mundo y amenaza con expropiar empresas, sino los de una independencia de poderes, donde se respete al ciudadano, porque como diría el prócer, "seamos libres que lo demás no importa nada". 

jueves, 6 de agosto de 2020

EL FRACASO DEL ESTADO, EL TRIUNFO DE LA DELINCUENCIA

En un país en cuarentena, donde se debe tener permiso para circular, donde la libertad es un bien escaso, los delincuentes afloran en cada calle y suburbio del conurbano. El monopolio de la fuerza coercitiva del Estado se concentra en que se cumpla el aislamiento social: la policía vigila que se circule con barbijo, con permisos de personal esencial (como si se pudiera decidir qué trabajo, en tiempos de malaria, es prescindible y cuál no), que no se realicen reuniones, mientras la delincuencia no está en cuarentena: crece a medida que cae la actividad económica, con hurtos, torturas, robos y asesinatos donde la policía no alcanza a vigilar. La fuerza policial es ejercida sobre el trabajador, sobre el que debe trasladarse para ganarse la vida honradamente, mientras el ladrón es liberado con la excusa del coronavirus y posibles contagios en la cárcel, esparciendo el virus del delito por cada rincón de la Argentina. 
 Siguiendo a la filosofía iusnaturalista, la existencia del Estado se explica a partir de la necesidad de los individuos de asociarse para conformar un cuerpo que proteja sus derechos naturales por medio de la ley civil: estos son la vida, principalmente, seguida por la propiedad privada, y la libertad. Debido a la condición defectuosa del hombre para respetar aquellas leyes naturales (arrepentirse de los pecados; pedir perdón; dar las gracias; amar al prójimo como a uno mismo, entre otras) formuladas por la razón natural creada por Dios, que hacen posible la preservación de los derechos naturales, diría Thomas Hobbes, autor del Leviatán, que los hombres entran en un estado de guerra permanente. Para salir de aquel estado de naturaleza, y por lo tanto de guerra, para Hobbes se debe crear el Estado, para garantizar el cumplimiento de los derechos naturales innatos a todo hombre, que existen de forma prevaleciente a cualquier tratado civil. Es el Estado el que por medio de la justicia debe establecer un convenio entre todos los hombres para alcanzar la paz, efectuando el pacto hecho entre los civiles y el soberano mediante leyes, cuyo cumplimiento se garantiza por medio de la jurisprudencia. 
 La falta de justicia, y por lo tanto la inseguridad creciente, son producto del fracaso del Estado. El Estado en sus distintos niveles (nacional, provincial, municipal) ha fracasado en cumplir el principal motivo que compone al pacto social que hace a la soberanía sobre un territorio y su población: el cuidado de los derechos naturales, la vida y la propiedad. Un Estado que no utiliza la justicia para hacer cumplir la ley, sino que la aplica arbitrariamente, descuida la defensa de los ciudadanos y los obliga a ejercer la justicia por mano propia, volviendo al estado de naturaleza del que se debe salir para conformar un Estado. Es tan rotundo el fracaso y la inoperancia estatal, que el hombre debe volver a sus instintos más primitivos, de matar para no ser matado. 
 En distintos pasacalles de la Provincia de Buenos Aires se pueden observar avisos de vecinos organizados, probablemente con armas, que advierten a los delincuentes. Hoy la policía no alcanza (o puede decirse que no funciona, ya que está concentrada en controlar a la gente de trabajo), el Estado está ausente: es la misma gente la que debe actuar, armarse y organizarse para cuidar sus bienes y sus vidas. 
 La ley siempre está objeta a interpretación, y deben ser magistrados idóneos, invita Hobbes, los que deben tener la responsabilidad pública de interpretarla y aplicarla lo mejor posible, para que su literalidad y la asociación de esta con el caso pertinente no se desvíen de su motivación original. El código penal fue diseñado para castigar con el peso de la ley a aquel que ha violado el pacto social y ha infringido un daño, y aquellos jueces y fiscales que lo interpretan de una determinada manera y liberan a asesinos y violadores, o juzgan a vecinos que se defendieron en su legítima defensa, representan la más rancia politización de la justicia en aras de la doctrina zaffaroniana, y no hacen más que desviar la ley de su verdadera propósito: que el Estado proteja el fin en sí mismo de su constitución: la paz social y defensa de sus ciudadanos. 
 Debe entenderse esta "invasión" de jueces mal llamados garantistas, ya que no defienden los derechos y garantías de las víctimas, como una intromisión de la ideología progresista del siglo XXI: este falso progresismo comprende a los criminales como víctimas de un capitalismo salvaje, que delinquen porque el sistema los condenó. Aquella nefasta doctrina multiplica sus seguidores por medio del sistema educativo, ejerciendo un adoctrinamiento que desploma todo pensamiento crítico y aleja a los jóvenes de la cultura del esfuerzo y el sacrificio traída al país por sus abuelos inmigrantes, para acercarlos a la defensa dialéctica de la fauna de los subsidios prebendarios y protección de los delincuentes en favor de la "causa". Aquella ideología que coloniza la educación universitaria queda al descubierto en la alta casa de estudios donde se forman muchos de los abogados que luego son jueces y deben defender la causa pública: en la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires los movimientos juveniles de izquierda le prohibieron hace unos meses a Sergio Moro, ex juez federal del Brasil, dar una conferencia debido a su rol como juez y luego ministro de justicia de Bolsonaro. En dicha universidad, Zaffaroni es invitado con ánimos y agradecimientos a dictar charlas y conferencias, mientras el pensamiento disidente es lentamente erradicado. 
 Este fracaso de un Estado ausente lleva lentamente a sus ciudadanos de bien desamparados a pensar en nuevos destinos, para llevar la producción y el trabajo a tierras donde realmente se los valore. Creer que  la causa de la delincuencia es el sistema económico es una falta de respeto a la gente humilde que trabaja cada día de su vida con ímpetu y esfuerzo: es esta pobre gente, que debe tomarse colectivos a la madrugada, otros que son jubilados que durante su vida han dado todo por el trabajo, los que terminan sufriendo la inmoralidad de la delincuencia y sus protectores. 
 A la Argentina, además de una gran crisis económica, la asola una gran falta de valores, transmitida por generaciones que nunca han sabido lo que es el estudio y el trabajo, pero que sí se les transmite de padre a hijo la acción de la delincuencia. Los desalmados que utilizan su tiempo para delinquir y no para ganarse la vida dignamente, que invierten en motos, drogas y pistolas para robar, no son ninguna víctima de la sociedad ni del sistema capitalista. Las únicas víctimas son la gente honesta de trabajo, que es asaltada de facto por los delincuentes, y es asaltada, pero de jure, por los políticos que hacen de sus impuestos todo menos garantizar la seguridad, educar en serio para no tener en el futuro generaciones que no saben lo que es ganarse la vida con el trabajo.
 La prioridad del Estado parece ser la reforma judicial para lograr la impunidad, el aborto como una política pública que ponga contenta a toda la generación progre-feminista, pero no invertir en cárceles y en la educación. La atención de los políticos se encuentra en controlar a la gente que desea circular por el suelo argentino, por motivos laborales o por el motivo que sea, e incluso introducirse en la intimidad doméstica de sus habitantes; pero no parece interesarse mucho en controlar a los verdaderos infractores de la ley y el orden. 
 El Estado fracasa hace muchos años y sigue fracasando, por las razones expuestas, y la grieta hoy ya no es política, sino moral: entre aquellos que admiran los escritos de Zaffaroni, y los que desean un país normal, donde se defienda a las víctimas y la justicia sea justicia, porque como dice el tango Cambalache, "... Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley...".