En cuanto al partido con Chile, además de que cambió el rival (Bolivia es un conjunto muy débil como visitante, con jugadores de un nivel inferior con respecto a los demás equipos), lo que nos dio mas margen para dominar y jugar en campo rival, cambió notoriamente la fisonomía de la Argentina. Se vio el ideal del entrenador: presión instantánea ante cada pérdida del balón, paciencia para circular la pelota, llevarla de un lado a otro si es necesario, tenerla hasta que aparezcan los espacios gracias a combinaciones y triangulaciones, donde Messi fue fundamental, el Messi que todos queremos, el que se mueve de la derecha hacia el centro libremente, el que maneja los hilos, el que decide cuando acelerar, cuando abrir la cancha, y hasta el que espera la devolución para definir.
Si en Santiago Argentina debió adaptarse al contexto y aferrarse a enfriar el resultado metiendo la cola atrás, donde en ese segundo tiempo Messi se destacó mas por su labor para esforzase en recuperar más que para definir el partido en un contraataque letal, acorde a los atacante que tenemos, esta vez se destacó por ser el líder, eje, conductor y definidor (no pudo convertir otro gol además del penal, pero se le pudo haber dado), hasta mostrando guapeza para esconder la pelota. El capitán futbolístico que necesitamos para llevar adelante el plan A de Martino, que consiste en seguir por esta línea, y no recurrir al plan B (tal vez improvisación sea una mejor definición para hacer una lectura del segundo tiempo en Chile, por donde Martino no quiere volver a pasar).
Pero un estilo siempre está respaldado por un convencimiento general. En este caso cabe resaltar la paciencia y visión para desarmar el amontonamiento defensivo que impuso Bolivia. Y cuando el futbolista está resguardado en una idea de juego colectiva, circunstancialmente puede llegar a una individualidad, y en esto comprendimos lo que nos da el mejor jugador del mundo: él puede jugar para que jueguen los demás (en el Barcelona le sobran asistencias), pero si todos juegan para él, puede pasar cualquier cosa.
Si se quiere hacer una lectura precisa de cómo Argentina gustó de un fútbol ofensivo, sobresaliente y fiel a la imaginación del cuerpo técnico (no hay nada mejor para un DT que imaginarse jugar a su equipo de un determinado modo, prever un encuentro, y que salga todo como lo pensó), donde el resultado quedó corto por no haber sido lo necesariamente punzantes para abultar la diferencia, se puede observar el posicionamiento de la defensa: todo empieza atrás, con Demichelis y Pinola, arriesgando, siendo el primer pase para pasar a campo contrario, con Mascherano delante de ellos como baluarte, y donde los laterales son wines bien definidos para poder tener juego externo y profundizar. La imagen de Pinola trasladando la pelota, yendo al frente como suele hacerlo en Central, determina la actitud del equipo. Eso es lo que se pretende de este ideario: que los defensores sean los primeros en atacar, en generar juego, a tal punto de que Mercado sorprenda y pise el área para marcar el gol.
El desafío estará en cómo darle una continuidad o adaptar (sin necesidad de que haya un cambio radical) a esta forma de jugar frente a oponentes mas jerárquicos, donde seguramente Mercado y Rojo no puedan instalarse en las bandas, sino que requerirán de pasar mas por sorpresa, y donde Romero y los centrales no tendrán tantas libertades para arriesgar, y habrá mas peligros si se pierde la pelota con Banega concentrado en generar juego y con extremos que no tienen en su ADN solidarizarse para aportar en el retroceso. Pero los partidos, y sobre todo los triunfos, consolidan el estilo, y convencen a los jugadores de que lo que quiere el Tata Martino es posible.